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Podemos cambiar, que no nos engañen

10 de Abril del 2012 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

A finales de los sesenta del siglo pasado el incremento industrial aceleraba, igual que venía haciendo desde el final de la segunda guerra mundial. Al final de la guerra, era el momento de hacer un mundo mejor y se crearon multitud de instituciones como el FMI para ese fin, pero se tomó el camino contrario de acelerar la competición por el lucro desmesurado. Así que cuando hicieron su aparición los robots, la revolución electrónica de la informática y las telecomunicaciones, la ética ya había hecho su desaparición y, a pesar de los avisos que se hacían sobre la necesidad de que tal desarrollo industrial debería respetar «Los límites de crecimiento», no se tuvieron en cuenta: un informe de 1972 realizado por una experta en dinámica de sistemas por encargo del Club de Roma que avisaba de todo. De eso se trata, de dinamizar los sistemas y no de abatirlos. Se debe recuperar el camino perdido porque, lo que tenemos, es una guerra entre poderosos acaparando riqueza sin tener en cuenta al resto de la Humanidad. La dinámica del «sistema» no ha dejado de excluir y abatir personas desde entonces. Sí, se necesita un sistema liberal de libertades, pero éste ha devenido en un sistema «mafioso-extorsionador» que ha querido aprovecharse del consumo de las gentes dándoles créditos: deudas que atan a países enteros y a generaciones a ese «capo» al que se reconoce con el nombre de «mercados». El desarrollo industrial robotizado ha provocado el aumento de la producción sin generar empleos, haciendo que la masa laboral disminuya a pesar de que la población activa crezca. Lo que envenena al sistema al haberse anulado el reparto de la riqueza por el trabajo. Fue entonces cuando inventaron las hipotecas basura para que no bajase el consumo. Pero no crearon, ni pretenden crear, una nueva forma de reparto de la riqueza para mantener la actividad y la evolución del progreso mundial dentro límites adecuados y correctos mediante un consumo responsable. El obrero ha muerto y su certificado de defunción hace 30 años que se emitió, pero no se reconoció, siendo esta falta de reconocimiento el suicidio del sistema. La lucha económica ha hecho en todos estos años que los más ricos sean escandalosamente ricos; y que, triunfantes, busquen que el consumo y demanda de los productos de sus empresas sobrepase los límites, aunque sea de forma tramposa e innecesaria para la Humanidad. Unas empresas en las que cada vez se necesitan menos empleados y todos más cualificados (piénsese en la Banca). Al principio, el sector servicios absorbía los desplazamientos pero, poco a poco, hasta los más cualificados fueron desplazados por el desarrollo robotizado sin que los irresponsables dirigentes cambien las reglas del juego a pesar de que están viendo como, la dinámica del sistema, deviene en caos y desastre para unas personas que se convierten en «ciudadanos» adoctrinados o excluidos.

El FMI debe cambiar de perspectiva. Si estableciera una renta básica universal de tan sólo tres euros por día (y por ahí seguido), para todas y cada una de las personas del planeta, créanme que el mundo se llenaría de actividad, y la competitividad y la evolución serían importantísimas. Parece un disparate imposible, pero estoy seguro que el FMI sabría como hacerlo. ¿Qué ocurrirá si no se hace? Me temo que la tragedia será descomunal y entonces, por no cambiar la Historia, la Historia nos cambiará a nosotros. El desarrollo industrial al que hemos llegado exige límites y repartos de riqueza de otra forma, un reparto que crearía actividad para mantener la libertad de las personas. Piensen que el negocio no puede ser vender lujosos vehículos a millones de euros la unidad como el Bugatti y que, si cambiásemos, el negocio estaría en vender millones de bicicletas de excelente calidad y tecnología. Es decir: en vez de ofrecer un menú al día de 200 euros, vender 200 de 10 euros o 2000 de un euro. ¿No creen que al final se haría más caja y habría más actividad?

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