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Este país se lo pasa oyendo pasos

10 de Abril del 2012 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

Ahora es Sarkozy el que ha puesto a caminar a los fantasmas. Dicen que este Emys orbicularis, galápago por lo de galo y reptil - europeo, en este caso, de los más enanos, nos está espantando a los inversores; un cuento para ingenuos. Sólo estos, los ingenuos, pueden creer que los inversores, los de verdad, no los pelamangos que tienen cuatro reales y se creen los reyes del mambo, sino los que mueven capitales capaces de marcar la economía de un país, se toman en serio las huevonadas del taconazos con justificado complejo de enano. ¡Qué va, hombre! Estas poderosas gentes beben de sus propias fuentes, y lo que les puede echar p´atrás a la hora de mover los papeles es, por ejemplo, el contemplar la idiosincrasia de una parte considerable del populacho español que, igualito que hace más de siete décadas, sigue adhiriéndose al que más revuelo arma. Se me viene a la memoria, cuando, siendo yo un muchacho, le pregunté a un paisano cómo era posible que hubiera decidido pasarse toda la guerra escondido en el sótano de su casa, a lo que él me contestó:

¡No, hombre! Fueron los rojos a reclutar gente por allí y a la hora de elegir a los oficiales nombraban a los más bestias y gritones ¡Mecagondios, vamos a estrapallalos como si fueren cucaraches! Ése, teniente. ¡Mecagon la puta que parió a esos fascistas, vamos comelos vivos! Ése, capitán. Qué va, cómo iba ir yo a la guerra con esa gente.

Y así siguen, de marcha con los getas que hundieron a España y con los parásitos sindicalistas, todos ellos empeñados en, recurriendo a lo que sea, hacerle la vida imposible al Gobierno.

Eso es lo que ven los inversores. La guerra, incruenta pero encarnizada, con tantos frentes como autonomías separatistas, e incluso con las que, al menos aparentemente, sin serlo, como es el caso de Andalucía, tiene España.

España no necesita la colaboración externa para comerse sus propias entrañas, y ofrecer una perspectiva de recuperación que, de producirse, sería en un plazo demasiado largo.

El capital quiere paz y sosiego y no estar a merced de los que más gritan. Quiere seguridad y no ponerse a ejercer de espeleólogo en una cueva en la que en cualquier momento puede quedar atrapado. Ni de pasajero con alto riesgo de no llegar a serlo porque una huelga de pilotos se lo pueda impedir...

A los inversores no les hace mella lo que largue el menguado franchute. No quieren subirse en una barca en la que, unos por tarugos y otros por chupasangres, son muchos los que reman hacia el abismo.

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