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Verdaderos ángeles

10 de Abril del 2012 - José Manuel Hernández Maire (Navia)

Estoy absolutamente seguro de que las letras que escribo las hubiera ratificado mi madre, por eso en conciencia sé que lo que voy a expresar es el sentimiento de ella y de mi familia.

En estos tiempos, en que tanto se habla de recortes del Estado del bienestar, dando ello para tanto debate a nivel político y social, me gustaría, porque es de justicia, explicar el trato que se dio a mi madre a lo largo de los casi dos años de enfermedad.

Desde el primer momento en que la doctora Castillo le detectó el tumor hasta el 20 de marzo que nos dejó, pasó un tremendo peregrinar desde el servicio de oncología del Hospital Central de Oviedo hasta el Hospital de Jarrio, en Coaña.

A lo largo del mismo, no solo tuvo entereza y valentía en todo momento, sino que cada tratamiento, cada medicamento que le daban, lo veía como una posibilidad de aferrarse a la vida que tanto quería. Por eso el trato que le dispensó la doctora Villanueva en el Hospital Central no solo le servía de consuelo en lo físico, sino en lo psicológico, nunca podremos agradecerle lo suficiente cómo la guiaba y consolaba buscando siempre las palabras correctas y el enfoque adecuado en cada momento, dándole fuerzas para seguir peleando. Tengo que agradecer también el trato que nos dispensaron en todo momento todas las enfermeras y el personal humano de oncología, que va más allá de una relación profesional-paciente, rozando lo familiar. Está claro que los años que el doctor Lacave ha estado como responsable de dicho departamento han creado e inculcado un espíritu difícil de superar.

Tampoco podría pasar por alto, porque no sería justo, el trato que tanto en el ambulatorio de Navia como en el Hospital de Jarrio le han dispensado en todo momento, por desgracia, fueron muchas las crisis que la llevaron a urgencias y por desgracia también fueron muchos los días que pasó ingresada hasta el desenlace, pero siempre en el departamento de ginecología con el doctor Maroto a la cabeza hicieron que ella misma se sintiese mejor allí que en su propia casa, y es que la atención que tuvo no sólo fue exquisita, sino muy cálida, dadas las circunstancias. Y no puedo olvidarme, por último, de los doctores de cuidados paliativos, Montse y Juan, que no solo iban por casa y estaban pendientes en todo momento de ella, sino que cuando iban se pasaban horas acompañándola, dándole cariño y apoyo. Estoy seguro de que tienen una labor muy dura e ingrata, pero debe ser muy reconfortante todo lo que reciben de personas que ven en ellos verdaderos ángeles.

No quiero acabar sin agradecer también el aprecio de cientos de conocidos, amigos, vecinos, del propio párroco, de infinidad de gente que por teléfono, fax, en persona o por otras vías nos han hecho llegar su ánimo y apoyo en estos momentos tan duros. Nos queda, por todo ello, el consuelo de que mi madre, desde la humildad y la sencillez, algo habrá hecho bien en esta vida para haber recibido tantas pruebas de estima y cariño como las que tuvo al final, por eso que solo quiero decir a todos, en nombre de mi familia, un enorme gracias sincero, profundo y de corazón.

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