Niemeyer, reflexión
Dicen que el tiempo ejerce funciones de curación en todo tipo de sentimientos; en el tema que nos ocupa, en mi caso, el efecto es inversamente proporcional y el grado de rabia e indignación es cada vez más acentuado.
Alguien debería explicarnos de verdad qué es lo que ha ocurrido y por qué, para que se depuren responsabilidades ante un despropósito de tamaña magnitud.
Como neófito en la materia, no soy un gran aficionado a algunas filmografías, de muchos conciertos musicales ni de otras tantas obras pictóricas o literarias, disculpen mi ignorancia; tampoco me importa demasiado si algunas exposiciones fotográficas atesoran mayor o menor calidad, pero lo que sí me entusiasmaba era comprobar cómo un informativo en Londres, Roma, París o Nueva York se preguntaba qué hacía por aquí tal elenco de personalidades de contrastada categoría mundial, para, sin solución de continuidad, interesarse por el lugar: dónde está, cómo es y, como diría el cantautor, "a qué dedica el tiempo libre". Es difícil ahora cuantificar el valor que hubiera alcanzado la marca Avilés y calcular la diferencia existente entre ser un pueblo de Asturias o aspirar a ser una pequeña ciudad de Europa. Todo parece indicar que se encontraba entre nosotros el Messi de la gestión y relaciones internacionales, culturalmente hablando, a nivel nacional, y lo hemos menospreciado. El Centro Niemeyer era un tren de Alta Velocidad, que nos transportaba, sin duda, a un interesantísimo lugar, y nos han tirado en marcha; es nuestro derecho y nuestra obligación intentar volver a subirnos, aunque quizás ahora sea demasiado tarde. Triste y lamentable.
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