El humor

15 de Abril del 2012 - José Antonio Coppen Fernández

Advertir, de entrada, que el humor no es contrario a la seriedad; en todo caso, es contrario al aburrimiento. Es una afirmación de dignidad, una declaración de la superioridad del hombre ante todo lo que le sucede. La vida no será la fiesta que todos deseamos, pero debemos disfrutarla racionalmente mientras estemos aquí. Hay que tomarla en serio, pero no dramáticamente. Para ello, bueno es cultivar esta actitud. Se viene escribiendo mucho sobre el humor, no sabemos si como espuela a la crisis. Cuando las cosas van mal, es precisamente cuando se ha de estar de buen humor. Parece que la desgracia huye de aquellos que no le hacen ni caso. Además, esta actitud, cuando aflora, la consideramos rentable, tanto o más que la sonrisa o la amabilidad. Un proverbio chino nos dice que quien no sepa sonreír que no abra una tienda. Las personas mal encaradas deberían esforzarse en ofrecer una imagen más agradable, incluso, si es preciso, sancionando la hipocresía.

El temple, la buena disposición del ánimo y, en definitiva, el humor, nos hará más felices; no sólo a quienes lo practican como filosofía de la vida, sino también a quienes se ven beneficiados como receptores del mismo. Algunas personas con mal humor y, otras cuyo signo parece el de la amargura, muchas veces sin motivo, carecen de capacidad para disimularlo, para no turbar la alegría de los demás. Por eso, seguirles el humor a quienes tienen esa buena disposición será síntoma inequívoco de que nuestro estado de ánimo nos anima a compartir esta especie de doctrina. La mayor parte de los humanos opta en un banquete a estar cerca de quien te hace la reunión más agradable. Y cuanto más afligidos nos encontremos, más necesitamos refrigerar nuestro espíritu con dosis de buen humor, porque éste brota del corazón, no del espíritu.

Algo que nosotros echábamos de menos en la juventud es la ausencia de humor, porque éste llega a los corazones con la experiencia. En la edad juvenil, por la inmadurez, no es fácil captar la gracia. La falta de lóbulo frontal es la causa. Aclarado lo cual, al igual que tantas cosas de nuestras vidas, es aconsejable no invadir el espacio de las reuniones con «humorosidad», es decir, abundancia en exceso, más bien ha de brotar como versos sueltos. No debemos abusar de ninguna de las cosas placenteras que la vida nos pueda ofrecer, porque acaban perdiendo su frescura original. Recordemos siempre que el exceso anular el placer.

También el humorismo puede utilizarse como arma para disipar discusiones, si su rumbo nos parece equivocado o peligroso. Cuando en una reunión, del carácter que sea, se crispa el ambiente, conviene aplicar una dosis de buen humor. La vida, a veces, no nos brinda la oportunidad de conciliarnos con un estado propicio para el humor, pero no debemos cerrarnos a la buena disposición del ánimo; al contrario, hay que abrirse. Tengamos siempre presente que reír o hacer sonreír equivale a ser un poco más feliz.

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