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Legítimo protestar y legítimo trabajar

15 de Abril del 2012 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

Ha pasado el día de la huelga general y, como cabía esperar, los sindicatos mayoritarios, como reconocimiento implícito de su fracaso, anuncian más huelgas para el Primero de Mayo y fechas posteriores.

Culmina así una semana palpitante para el presidente del Gobierno. En pocos días ha tropezado con una serie de contratiempos que probablemente no consigan variar su voluntad, pero sí recordarle que el cumplimiento de su hoja de ruta no va a ser un camino de rosas precisamente.

Por otra parte, se le ha esfumado la posibilidad de completar el mapa del poder autonómico tras el resultado de Andalucía. Que los andaluces le cerraran las puertas de la Junta era una circunstancia que, seguramente, no entraba en sus cálculos. Máxime ahora que tendrá que hacer frente a la deriva de independencia de Cataluña, otra Administración que se escapa a su control y puede complicarle los planes para recortar el gasto y conducir el déficit. Y, si a esto le añadimos los resultados de Asturias, donde lo que se dice gobernar puede depender de la UPyD de Rosa Díez...

Sin entrar en una guerra de cifras, tampoco se puede menospreciar el hastío que la gente ha exteriorizado en estas elecciones, sin que ello signifique que Rajoy deba plegarse, pues hay muy diferentes lecturas. De todos es sabido que la huelga es un derecho constitucional que nadie debe poner en duda, pero esta convocatoria, concretamente ésta, ha sido planteada como una demostración de fuerza de los sindicatos con la que han tratado de recuperar su cuestionada credibilidad. La autoritaria acción de los piquetes iba en esta dirección y se han empleado a fondo para lograr por la fuerza que algunos pequeños negocios y comercios se vieran obligados a bajar la persiana. A cerrar. Aun así, los servicios mínimos, mal que bien, se han cumplido y no se ha conseguido el objetivo de paralizar las ciudades.

Como gerifaltes del entramado, la pareja «Méndez & Toxo» al frente del reparto, todo ello más bien ha dado la sensación de ser sacado de un sainete burlesco con apariencias de drama.

Algunos todavía no se han enterado de que hay que garantizar el derecho y la libertad de circular y de trabajar los que libremente decidan no secundar una convocatoria. Pero mientras no existía una ley de huelga que acabe con la impunidad de los piquetes –falsamente llamados informativos– se seguirán sucediendo escenas dolorosas.

La huelga ha sido también un termómetro del malestar de infinidad de ciudadanos contra la política de recortes del Gobierno y no se puede negar que esa inquietud existe. Sólo que esta manifestación ha sido convocada a escasos 100 días de que se estrenara el nuevo Gobierno y, además, contra una reforma laboral de la que aún no se conocen sus negativos efectos; por eso, cuando menos, parece haber sido extremadamente apresurada su celebración.

No, tampoco debemos confundirnos. Una cosa son los españoles que secundaron la huelga por el temor a que la reforma laboral y los recortes hagan mella en su maltrecha economía, y otra muy distinta es la salvaje utilización de la calle, como ha sucedido en Barcelona, que sindicatos y oposición han organizado.

Reflexión. Cada cual tiene sus motivos para hacer huelga o no hacerla, pero instrumentalizar la calle en un momento tan delicado como es el actual no parece muy sensato, la verdad.

Puede decirse que una huelga general llega a ser un éxito cuando los ciudadanos acudan a ella libremente.

Por eso, somos muchos los que con responsabilidad pedimos al Gobierno votado con mayoría absoluta que se reduzcan vía presupuestos las subvenciones a los sindicatos y organizaciones empresariales. Nuestros impuestos y nuestro dinero se merecen otro trato.

Por tanto, que cada palo aguante su vela.

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