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¡Viva la coherencia ideológica!

14 de Abril del 2012 - Francisco M Domínguez Menéndez (Avilés)

En la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural expuesta en el año 2001 por la UNESCO, se afirma que ésta es tan necesaria para el género humano como la diversidad biológica para los organismos vivos. Parece que, en principio, esta afirmación no requiere de mayor consenso, aunque siempre debe dejarse un resquicio a la discrepancia. Con los patricios nunca se sabe. Son tan capaces de negar la mayor como de llevar la cuestión identitaria hasta los límites del seno familiar.

Es cierto que las diferencias culturales además de enriquecer a la humanidad en su conjunto, levantan muros que dificultan el entendimiento; pero de ahí a que este signo sea una barrera insuperable para poder vivir armónicamente bajo una misma estructura territorial, hay más que un abismo. En Moscú conviven más de cien etnias, incluso algunas religiosa e idiomáticamente diferentes, y son usuarios comunes de todos los servicios que ofrece y necesita la ciudad.

La comarca de Avilés, por poner un ejemplo, según Iglesias, es un conglomerado de identidades y sentimientos, que impiden la formación de una estructura territorial superior. Si nos atenemos a tan cabal pensamiento, podremos concluir con que los barrios de Sabugo, Galiana y Rivero, todos ellos de Avilés, forman conglomerados territoriales con identidades y sentimientos tan dispares e independientes que solo les une lo que les desune, que no es otra cosa que el afán diferenciador de la tribu. Ya lo dice la canción: Sabugo tente firme, Galiana ya cayó, Rivero está temblando de palos que llevó. ¿Habrá mayor diferencia que aquella que se dirime a bofetadas? Si decimos que las diferencias sentimentales territoriales son un obstáculo para llegar a entendimientos necesarios e interesantes, es tanto como negar la racionalidad del progreso. Parece ser que el medioevo no terminó con el descubrimiento de América; aún estamos imbuidos por el hecho arrebatador de la toma de Granada y la expulsión del pueblo judío y así continuaremos hasta que Jesús Iglesias tenga a bien despertarnos de tan extenso letargo.

Cambiando de latitudes el argumento, uno quisiera saber qué evolución identitaria y sentimental sufrió el Pueblo de Vallecas para dejarse integrar en esa superestructura territorial que es Madrid. Y no me diga el señor Iglesias que la absorción territorial está plenamente justificada en este caso y no lo está en el que nos motiva, porque sino, los argumentos sentimental e identitario pierden todo su valor.

Mientras que el universo se encuentra en continua expansión, la pequeñez de los intereses políticos hace que los territorios avancen hacia la involución. Resulta que somos una unidad cultural, económica y social pero la artificialidad interesada de esa casta, cada vez más alejada de la voluntad ciudadana y más cercana al provecho de su linaje, nos maneja a su antojo como títeres sin alma. Recuerdo muy bien lo entretenida que fue aquella cascada de elaboraciones estatutarias que el viento trajo desde Cataluña hasta la mismísima cuna de la Reconquista, después de recorrer diversas comunidades, sin haber sido reclamadas por ninguna fuerza social. En el momento relatado, a la clase política, en general, le interesó crear artificialmente esa necesidad. Ahora no apasiona la fusión de municipios porque a las grandes identidades políticas nacionales y los sentimientos corporativistas de esa casta que impiden el progreso, les interesa mantener el estatus político de sus correligionarios o camaradas. Es más fácil bajar salarios, recortar derechos sociales, subir impuestos, legislar para los mercados y ampliar las listas del paro, que aplicar medidas organizativas reductoras del gasto. El caso es no cambiar nada de lo sustancialmente favorable a los representantes políticos guarecidos bajo el paraguas de las siglas políticas. ¡Viva la coherencia ideológica!

Esta cuestión de las fusiones territoriales tiene tantas aristas que dejar la solución en manos exclusivamente políticas es tanto como entregarles un cheque en blanco que podemos lamentar profundamente. Lo coherente sería dejar que las urnas comarcales certifiquen el deseo de los municipios implicados, pero sin establecer decálogos políticamente interesados ni por la opción inmovilista ni por la iniciativa reformista. Lo ideal sería apartar del caso, para no enturbiarlo, los intereses personales y salariales de los políticos que ahora constituyen los diferentes ayuntamientos implicados.

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