Veleidades reales
No es de recibo que en una situación económica tan crítica como la que se está viviendo en España, con el Gobierno aplicando la tijera en todos los sectores con el fin de ahorrar hasta el último euro y con muchas familias en serias dificultades para poder llegar a fin de mes, el primer servidor del Estado, el Rey, que debería ser ejemplo de austeridad y buen hacer, se permita el lujo de gastar el dinero que recibe de los impuestos de todos los contribuyentes en caprichos tan costosos e innecesarios como el de ir a cazar elefantes a la República de Botsuana. No se puede entender que, con lo que la Familia Real está pasando con el «caso Urdangarín», se cometa la torpeza de dar pábulo a los sectores más críticos con esta institución reforzando sus razones y argumentos para seguir poniendo en tela de juicio la continuidad de la monarquía parlamentaria y abogar por la vuelta de la República.
Si el Gobierno, en los Presupuestos Generales del Estado, fue muy generoso con la Casa Real recortando su presupuesto sólo un modesto 2% –en agravio comparativo con todos los funcionarios a los que se les practicaron recortes en sus salarios del 5%, e incluso superiores– el Rey, como máximo representante, debería responder con el mejor de los ejemplos. Si el Monarca debe ser el primero en honores y privilegios, cuando la situación de la nación reviste la gravedad que actualmente padecemos, también tiene que ser el primero en sacrificios y renuncias. Lo que no parece, al menos por los síntomas externos, es que lo tenga totalmente asumido.
Si el Rey pretende, como no parece albergar duda, garantizar la continuación de la dinastía borbónica, y que el próximo soberano de España reine bajo el nombre de Felipe VI, no debería cometer frivolidades tales como la reciente aventura africana, descubierta, casualmente, por el lamentable acontecimiento de su accidente. Como personaje público de máxima relevancia, fuera del recinto familiar de la Zarzuela, todos sus actos, por la repercusión que de los mismos se pueda derivar, deben ser conocidos por los ciudadanos y sometidos al análisis y la crítica de los medios de comunicación. Entenderlo de otra manera es una forma de equivocarse; una real forma, en este caso.
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