Joaquín Fernández García, un buen paisano
«Mi padre era un buen paisano». Así es como lo definió el mayor de sus hijos. Grandes palabras en una sola frase: él, Joaquín Fernández García, médico, estaría orgulloso tanto de Félix como de Joaquín, Rodrigo, y su hija Maite, de su templanza y su saber estar. Digno legado de su padre y reflejando en sus gestos y palabras lo que significó para ellos.
El día de su fallecimiento fue un día triste, muy triste; y no sólo para mi familia, sino también para cientos de personas que en algún momento de su vida tuvieron la suerte de conocer al señor Joaquín Fernández García, médico de profesión y, a la par, excelente profesional en su campo, erudito en todos y excelente persona.
Si tuviera que hacer una semblanza de este hombre, me faltarían adjetivos calificativos en el Diccionario. Y, por supuesto, todos serían positivos.
En su semblanza entendida como descripción física describiría a una persona alta, fuerte, con «percha» que es palabra que él entendería a la primera lectura.
En cuanto a su descripción moral, me sobran palabras para hablar de él y de su vida: amante de su familia, médico vocacional, amante también de sus raíces, siempre agradable y sonriente, dotado con empatía, gran comunicador, gran conversador y, por supuesto, admirable también su poder de comunicación con la persona más ilustrada y con la más humilde: todos estos atributos nos llevan a Joaquín Fernández García, médico querido tanto entre sus pacientes, conocidos, amigos como, por descontado, familia.
En lo que a mí y a mi familia nos atañe, siempre recordaremos el mutuo cariño que nos teníamos y las conversaciones a veces a la luz de una hoguera en su querido Puerto de Vegarada, incluyendo su última visita con sus amigos Xulio Concepción y Ramón Rodríguez. Sin duda fue una magnífica tarde con cafés y chupitos elaborados por mi madre que él sabía apreciar como nadie.
Gran parte del cariño que le tenemos se lo debemos a mi hermana Carmen, que, trabajando codo con codo con él, nos hizo partícipes de sus conversaciones, de su modo de entender la vida, de su afán por el saber... en definitiva, de su filosofía de vida. También son unos días muy tristes para ella, porque compartió con Joaquín penas, alegrías y vivencias durante muchos años: hoy mismo nos habló de sus sabios consejos, que no reflejo por discreción pero con los que estoy totalmente de acuerdo.
Generaciones posteriores a él: mis hijas se consternaron por su pérdida, sabedoras del cariño y la admiración que le profesábamos. Para mi marido era una referencia humana y cultural de primer orden... Y podría seguir así muchas, muchas líneas.
Recordar, por supuesto, a su compañera en la vida y madre de sus hijos, Tere (Teresa, como a él le gustaba llamarla), gran apoyo y bastión de su casa. Desearle a ella que siga adelante a pesar de todo, porque él así lo hubiera querido, con el apoyo de sus magníficos hijos y sus nietos a los que tiene que seguir contándoles las aventuras del Trasgu, como hacía su abuelo, e inculcándoles el amor a su Aller y a su puerto de Vegarada.
Por último, señalar que estará en la eternidad de sus días al lado de mi padre. Y seguro que, si existe el más allá, no se aburrirán rememorando siempre aquellos tiempos pasados, que quizá no fueron los mejores pero sí muy felices.
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