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Fondos reservados

29 de Abril del 2012 - Heradio González Cano (Oviedo)

No se trata de un asunto sugerente del célebre fundador del Departamento de Economía del Massachusetts Institute of Technology, Paul A. Samuelson, primer americano premiado con un Nobel en 1970, comunicador magistral para el «público profano», más actualmente en que las inquietudes dinerarias y de falta de trabajo se hallan casi totalmente globalizados en el primero como tercer mundo; ni de William D. Nordhaus, otro de los más destacados economistas de USA, nacido en Albuquerque, lugar de Nuevo México, donde estuvo por años en calidad de profesor de literatura nuestro recordado poeta y amigo Ángel González, asturiano universal; pues es sencillamente el título de un interesante libro poemario cuya sugerente intitulación, que para curiosidad cerebral, nos tocara todo el cuerpo desde el raquis, así lo intuyó nada menos que José Luis Mediavilla, erudito psiquiatra como deslumbrante poeta. Ya más de alguna vez nos ocupamos de sus magistrales, inspiradas obras, así le dedicamos un perfil en la histórica revista «Alto Nalón» del «poeta de la mina» Albino Suárez, año de 1996 (pág. 89), donde el vate burgalés-astur nos da a leer brevemente su «Historia del descubrimiento de Europa», dedicada a mi nicaragüense Rubén; como lo hicimos, asimismo, en LA NUEVA ESPAÑA (24-08-2009) con «Meditaciones de estío», en que por vez primera lo auscultamos, viéndolo como de pie ante las aguas del inspirador Arlanza, por Quintanar de la Sierra..., donde tiene enterrado su cordón umbilical; y, así, por tercera vez, con «La voz de un soberano poeta» (LNE, 19-06-2011), que invocamos de manera emocional.

En su libro de la Colección Antón Chejov del Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Asturias es, prácticamente, una recopilación recordatoria de algunas poesías desde la primera juventud a nuestros días, que se dieron publicidad en «Estampas» –Burgos, 1951–, «Tristemente» –Granada, 1956–, «Lejos» –Granada, 1960–, «Babel» –Oviedo, 2000–, etcétera. Como otros versos muy actuales, y tras la lectura de los mismos hay dos poemas que en estos días de Semana Santa han tocado y abierto de par en par las puertas de mi corazón, tal el «Recuerdo de mi padre», quien «Se llamaba Fabián. / Era parco en palabras. / Se levantaba al alba, cada día, / y salía de casa hacia el trabajo / para volver, ya tarde, / con algunas herramientas entre las manos. / Este fue su vivir, año tras año, / hasta cumplir los noventa... / No tuvo tiempo que perder. / Vio crecer a sus hijos y a sus nietos, / en un pueblo de casas de paredes de piedra / por sus manos labradas a golpe de cincel, / los vio asomarse a las puertas y ventanas / hechas por él, con serrucho y martillo... / Dignificó la vida, / las humildes herramientas de trabajo...». Un relato poético pero hondamente real, amigo Mediavilla y Ruiz, que me ha hecho recordar al mío, que era carpintero de nombre Salvador, pero al que no pude siquiera conocer al dejarme huérfano frisando yo seis o siete años y muriendo con sólo 51 años él... Por eso siempre... «Lo recuerdo mi ser: / de cuerpo entero / al serrucho agarrado / y surcos de labor / abriendo en la madera... / Esmerado ebanista / en veloz torno / para darme de obsequio / lindos trompos, / pistolas y espadas / de fino maderamen...». Creo ya lo has leído en mis Palpitaciones poéticas... Y, así, inesperadamente, en lectura de tu «Salve» «En memoria de la pequeña escultura de la Virgen del Pico Urriello, despeñada por gentes anónimas», como fue no hace mucho de pública y triste noticia, los primeros versos que dedicas sensiblemente a tu querida madre, me han hecho recordar también la mía; te leemos: «Mi madre tenía unos bellos ojos azules / de un azul limpio como el cielo de la primavera, / y me hablaba siempre de la Virgen María como alguien de casa, / como de alguien con quien ella conversara...». Tal relato me ha llevado al pasado 23 de marzo en que se cumplieron 30 años de haber perdido a la mía y a la que no pude ver morir por la distancia y mi exilio... Por eso le escribí una carta, que espero leas algún día en LA NUEVA ESPAÑA, si es que publicidad merece... Y no escribo más... Qué gran razón tiene tu amigo Roger Wolfe, que prologara acertadamente tus fondos..., pues eres «terapia viva... En el refugio de la orilla de estos poemas, bellos, profundos o descarnados...».

Heradio González Cano,

Oviedo

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