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Ejemplo de rollo con un fin

24 de Abril del 2012 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

Ahí va el rollo. Mis rollos, y éste como el resto, generalmente necesitan de un caldo de cultivo específico. El mío surge sobre todo de la mezcla de ocio y tedio en un plato de soledad, quietud y silencio que, casi siempre, voy consumiendo tumbado en el sofá. Ocasionalmente lo hago aquí, tecleando en el PC.

La motivación, cómo no en estos días, es la actitud del Rey. Por qué esta cuestión ha traído a mi mente la idea de la evolución sería ya un rollón.

España y los andaluces. Los andaluces y España. ¿Podría dar una explicación matemática al paralelismo del discurrir entre un pedazo y el todo? ¿Podría esta relación expresarse en un teorema?

Un teorema generalmente posee un número de premisas que deben ser enumeradas o aclaradas de antemano. Luego existe una conclusión, una afirmación matemática, la cual es verdadera bajo las condiciones dadas.

Como con esto que escribo lo que busco es entretenerme yo, fundamentalmente, y no a los improbables lectores, pues sigo enrollándome.

Recuerdo cómo yo mismo descubrí por mi cuenta, la escuela la dejé a los catorce y ni siquiera en ella estudié, pues las más de las horas de clase me las pasé en el río Ciares, a los veintiuno, que tuve que hacer unas cuantas escaleras industriales, metálicas jajaja -, no puedo evitarlo, me da la risa al recordarlo; no era yo el único que estaba en esa labor, estábamos en un complejo industrial de bastante envergadura y había otras cuadrillas a las que también, como a mí, de cuando en cuando les surgía alguna escalera. ¿Qué hacían ellos? Pues se iban a una explanada y allí, en el suelo, trazaban a tamaño real la escalera para averiguar a qué medida había que cortar los perfiles ¡Ah! un nuevo inciso. Es que, cuando me encontraba con cosas así buf. Sigo, ¡y mira qué casualidad, en Andalucía! En un taller de calderería pesada, Para ellos era muy frecuente tener que construir troncos de cono cuya generatriz podía medir veinte o treinta metros, ¡o más! Para lo cual habían despoblado y aplanado un campo de olivos y, en él, con un cable de acero atado a una barra espetada en el suelo, trazaban los arcos correspondientes. Qué locura.

Regreso a las escaleras. Me dije: si en el Teorema de Pitágoras siempre se cumple la relación entre los catetos y la hipotenusa, cuando el triángulo es rectángulo, y por tanto los catetos iguales, ¿para qué coño me voy a poner, no ya a echar rayas en una explanada, si no ni tan siquiera a buscar cuadrados y raíces cuadradas? Basta con averiguar el número fijo que las relaciona. Eso hice. Y la gente alucinando porque en unos segundos, con una simple operación mental de multiplicar, sabía la medida de los perfiles. Y no les digo cómo se quedaron los que trazaban sobre un excampo de olivos cuando vieron que para trazar el tronco de cono no se necesitaba más espacio que el que ocupaba la chapa con la que se iba a fabricar.

Sin embargo en la cuestión que atañe a las palabras del Rey no puedo aplicar la misma regla porque los catetos, o sea, los andaluces y el resto de España, no son iguales: el triángulo no es rectángulo, entonces ya tendríamos que echar mano de la trigonometría, lo que haría esto, ¡aún! mucho más ininteligible.

Habría de decidirme por la ecuación. La ecuación, más o menos, es una igualdad entre dos expresiones algebraicas en la que aparecen valores o datos conocidos y otros desconocidos. Así pues, siendo más de una las variables y, exceptuando las de primer grado, más de una las incógnitas, éste sería el camino para buscar una explicación matemática a la evolución, que, por lo demás, no se alejaría de una ecuación de primer grado, ya que la incógnita es una, ¿por qué con diferentes principios la mentalidad del resto de España ha evolucionado como la de los andaluces? Porque en el resto de España ni teníamos al señorito andaluz ni el concepto que de él tenían, no sé si seguirán teniendo, los andaluces. Fue algo que me llamó mucho la atención cuando hace más de treinta años residí un tiempo en aquellas tierras. Me dolían a mi las lumbares de verlos a ellos agachados sobre los duros terrones de su tierra, y me asombraba su aprecio por el señorito que, prácticamente, los tenía esclavizados. No se cansaban de decir lo bueno que era el señorito. Lo cual despertó tal extrañeza en mí que no pude evitar preguntarles por qué consideraban ellos que el señorito era bueno, a lo que me contestaron: porque cuando recorre en la calesa o a caballo sus tierras nos saluda con la mano, muy amable, al pasar.

Y por fin llego al fin que me propuse: expresar mi reducido asombro porque los españoles han reaccionado ante el Rey hoy como hace cuarenta años los andaluces ante el señorito.

El Rey hace con sus reales gónadas lo que le sale de las mismas, algo que me da miedo calificar; y los españoles en vez de responder, con lo que a mí me parecería natural, echan mano al pañuelo para enjugarse los lagrimones, conmovidos hasta lo que rima con eso, porque el rey ha dicho que sentía muchito haber sido malito y que no lo iba a hacer más.

La verdad es que sí es para llorar, pero no por la actitud del Rey, sino por la causa que despierta la sensibilidad del personal, y que, al final, siendo iguales andaluces que no andaluces, resulta que la cuestión tiene la misma resolución que el triangulo rectángulo, pues dada la igualdad de los catetos, multiplicada la memez de uno de ellos por la cara de cordero degollado del Rey se tiene como resultado la patética hipotenusa que ha mostrado el conmovido ciudadano de por aquí.

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