El Cuarto Mundo habita entre nosotros
Que las sociedades de nuestro mundo estén divididas en categorías por su grado de desarrollo humano, distribución de riqueza, sanidad, esperanza de vida, servicios o instituciones políticas, traduce lo que la naturaleza humana es incapaz de subsanar de todo aquello que atañe a la justicia distributiva.
Personalmente tenía claro el contrapuesto significado de los términos Primer y Tercer Mundo, y no tanto el del Segundo del que apenas había oído hablar. Al intentar recabar información sobre éste último pude constatar mi doble ignorancia, pues desconocía también la existencia de uno más en este ranquin fruto de los despropósitos humanos: el Cuarto Mundo, término creado en los años 70 por el padre Joseph Wrésinki para englobar en él a la población que vive en condición de desprotección o riesgo social en áreas pertenecientes al Primer mundo y en el que están agrupados los ancianos desamparados, viudas y madres sin medios económicos, niños abandonados, explotados o prostituidos. Marginados sociales como: personas si hogar y mendigos, personas sin protección oficial y familias desestructuradas. (De Wikipedia)
El Cuarto Mundo, pues, se nutre de gentes que viven en los países más desarrollados pero en los que el desigual reparto de la riqueza y de las oportunidades les ha llevado a sufrir un progresivo deterioro de su capacidad de subsistencia, y al conocimiento de las miserias que son endémicas de otros países que viven en un estado de marginalidad y precariedad absoluta. Un inconcebible Mundo que, con la actual crisis global, se está desarrollando con la feroz agresividad de un imparable tumor social.
Que España encabece la tasa de pobreza de la EU, junto con Rumania y Letonia, y que el crecimiento de la desigualdad entre ricos y pobres sea casi cinco veces mayor que la media en los países de la Eurozona, son hechos altamente preocupantes. Las cifras que cada día nos aportan sobre el paro, desahucios, hogares sin ingresos y desnutrición en las familias -cuando no hambre real, nos produce un intenso dolor y desasosiego, porque ya nos afecta de un modo más directo, porque ya resulta visible a nuestros ojos, porque ya sentimos que nos han empezado a cortar un pie, o los dos, a nuestro intocable corporativismo del buen vivir, o quizá, del derroche del buen vivir.
Ya no vale mirar para otro lado, ni ponerse una venda en los ojos, ni imaginarse lo lejos que se encuentran los otros Mundos de segunda o tercera categoría, porque el Cuarto Mundo, que ya habitaba entre nosotros como un ente fantasmagórico, hoy se ha hecho real y se ha colado sin piedad en nuestras familias. Quizá esto nos ayude a no olvidar que los derechos humanos han de ser iguales para todos, que el hambre duele igual en todos, que las crisis humanitarias son cosas de todos, y que la inexistencia de una verdadera justica social debe producirnos vergüenza a todos.
Claro está, que tamaña necedad humana tiene sus principales responsables en los que sustentan Sistemas Políticos y Económicos donde lo que prima es la ignominia, la codicia, la trampa y la corrupción, y negocian y se enriquecen a costa del empobrecimiento de otros, especialmente de los más débiles. Y también, como no, de todos aquéllos que forman parte de Instituciones públicas creadas para que todo ello no ocurra y que, sin embargo, demuestran una patente dejación de sus responsabilidades.
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