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El sospechoso habitual

26 de Abril del 2012 - Enrique Álvarez-Santullano Fontaneda (Oviedo)

Irremediablemente tocados como nación nos hundimos ahora lentamente como personas. A la desmesurada caída de la economía y los mercados bursátiles, provocada por la incapacidad de unos políticos que no están a la altura de los ciudadanos, se une ahora una crisis de peores consecuencias: la crisis moral.

Hace tiempo que se habla de la pérdida de valores como la dignidad, el honor, el saber perder, la amistad, el respeto, la honradez o el buen gusto. Palabras que pertenecen a una época remota y que quedan muy bien en cartas como ésta, pero que tienen un peso en nuestras vidas similar al de la tinta con la que están aquí escritas.

Tanto los que nos han conducido a esta situación como los que nos intentan sacar de ella –y conviene recordar que son los mismos– podrán decir que sólo son una representación de la sociedad que los votó, y que adoptan soluciones para mejorar la situación del país, pero lo que pretenden no es sólo decirnos qué tenemos que hacer, sino obligarnos a actuar según sus propios intereses y, sobre todo, decirnos cómo tenemos que pensar. Comenzaron quitándonos subrepticiamente libertades utilizando complicados eufemismos, y poco a poco acabarán quitándonos hasta la última partícula de nuestra dignidad. Cuando esto ocurra ni siquiera nuestra frágil memoria podrá ayudarnos a recordar cómo vivíamos o cuáles eran las virtudes que hacían de nuestra sociedad un modelo a imitar.

Deberían saber que ya no existen clases sociales, sino clases morales; que no nos creemos una sola palabra de lo que nos cuentan por mucho ruido de fondo que se empeñan en poner; que los partidos políticos, tal y como los entendemos, están en peligro de extinción, y que el daño que nos han hecho es ya irreversible.

La crispación y la desconfianza se han instalado en nuestro día a día. El aire se espesa y cada vez nos cuesta más respirar. En este contexto es mejor que no se te ocurra hablar con desconocidos, hacer una carantoña a un niño que juega en un parque o ayudar a alguien desinteresadamente. Es tiempo de ser prudente y ahorrar en elogios y felicitaciones. No conviene alegrarse y celebrar los éxitos de los demás. Así, como dijo Lola Flores: «Hagas lo que hagas, abstente a las consecuencias». La supervivencia en este entorno pasa por seguir el ejemplo moral de nuestros próceres. No queda otra, hasta aquí nos han traído: sé egoísta y codicioso, miente, coge el dinero y corre si no quieres acabar convirtiéndote en un sospechoso habitual.

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