A mi padre, Manolo Avello
No sé si han pasado diez minutos o diez meses. Lo cierto es que han pasado diez años. Fue un 24 de abril de 2002.
Te fuiste como se marchan las mejores personas, en silencio y sin molestar. Como un buen pistolero del Oeste, con tu mejor arma en la mano: el bolígrafo. Esa arma buena, que sabía aunar como nadie el ingenio, la inteligencia, los recuerdos, la agudeza de la que hoy estamos tan exentos.
Aquel 2002 no empezó bien. Sacando fuerzas de flaqueza, escribiste tu último «Carbayón jovial» el 6 de enero. En él decías que una gripe te había metido el miedo en el cuerpo. No estabas bien. Ya presagiabas algo y terminaste tu artículo con estas palabras: «Y así hasta el año que viene, si Dios quiere... amén».
Tú dominabas algo muy complicado, saber escribir de manera prodigiosa y saber hablar en público de una forma tan elocuente.
Se fue una persona buena, sencilla, franca con los amigos, honesta de corazón, sin más ambición que la de estar con los suyos. Un gran estudioso, escritor, radiofonista y, por encima de todo, un excelente periodista.
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