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El doctor don Joaquín Fernández, un médico irrepetible

2 de Mayo del 2012 - Armando Álvarez Palacio (xx)

Relato de un paciente cautivado por su humanidad.

Hace aproximadamente un año, por estas fechas, cogí un enfriamiento por el que tuve que acudir al Centro Médico, porque lo que tenía me parecía una fuerte gripe. Pero nada de eso, lo que me diagnosticaron en el centro hospitalario no era ni más ni menos que una neumonía bilateral, que requería la hospitalización inmediata.

El internado duró diez días en los que se me hicieron toda clase de terapias para atajar mi serio estado de salud.

Como es normal en estos casos pasé por los departamentos de radiología, neurología, neumología, urología, cardiología, hematología y creo que alguna cosa más.

Gracias a Dios, y a la ciencia médica, quedé restablecido completamente, pero era preciso que al cabo de cierto tiempo, después de dado de alta, consultara con los especialistas de cada rama, para contrastar mi estado actual con el grave estado en que estuve.

Fue en una de estas consultas en las que fui recibido por el hematólogo doctor Joaquín Fernández en su despacho, para ver qué pasaba con las alteraciones analíticas de mi sangre.

Tengo que resaltar el magnífico trato de todos los especialistas que me atendieron, pero me apetece el reflejar en estas páginas la impresión que me causó el doctor D. Joaquín Fernández. Pues bien, la primera impresión no pudo haber sido mejor. Me pareció un médico entrañable en cuanto al trato humano, cercano y simpático, al mismo tiempo que se le notaba su condición de buen médico, con la experiencia que da la profesión ejercida durante muchos años.

Nada más verle en esta primera entrevista me di cuenta de su inteligencia y su psicología para tratar al paciente. En el intervalo de la consulta me habló de sus muchas vivencias juveniles en su Oviedo natal, de sus portentosas facultades físicas en sus años mozos, en que subía y bajaba corriendo hasta el alto de San Esteban de las Cruces y de su cariño por todo lo asturiano.

Pero no crean que solamente me habló de sus cosas, también me dio su diagnóstico del estado de mi salud con aplomo y seguridad. Me dijo lo siguiente: –Usted tiene una alteración crónica de los leucocitos, pero no se va a morir por ello. A mí me gusta hablarle claro al paciente, pero nunca asustarle.

Ésta fue la primera de las tres entrevistas que tuve el placer de disfrutar. En la segunda cita se produjo una anécdota simpática que voy a narrar. Surgió al haber leído en LA NUEVA ESPAÑA una entrevista que se le hacía al médico humanista y etnógrafo sobre la conferencia que dio sobre la medicina popular y religiosa del Principado de Asturias y en la que por lo visto trató el tema del «mal de ojo».

Para hacer honor a la verdad, yo hasta que no leí esta entrevista desconocía por completo esta obra faceta del doctor don Joaquín, como publicista y estudioso de la etnografía del pueblo asturiano. Pero ahora, al haberme enterado y abusando un poco de la confianza que me había dado el doctor en la anterior consulta, me presenté en su despacho donde me esperaba sentado ante una mesa diciéndole: –Buenas tardes doctor, vengo a que me vea, porque creo que estoy «agüellau» (tal como se llama al mal de ojo en Asturias). Don Joaquín, respondiendo a mi saludo, me contestó sin inmutarse: –Espera que ponga las lentes de cabruñar pa ver bien quién yes, a ver si te conozco... (cabruñar es el afilado de la guadaña martillando el filo sobre un hierro clavado en el suelo y que requiere mucha pericia).

De esta forma comenzó la consulta, para contarme luego cantidad de anécdotas, tales como cuando iba al pueblo de sus padres en Aller y le llevaba a su tío, pescador furtivo, a capturar truchas con una red con la que lograban cantidad de capturas. Pero cuando en una ocasión se le ocurrió ir solo lo único que pescó fue una mojadura.

Me despidió con su simpatía habitual, diciéndome que me encontraba francamente bien de mis dolencias.

Acudía a la tercera consulta rutinaria que sería la última, puesto que de forma inesperada se nos fue para siempre. En esta ocasión me acompañó mi esposa, María Luisa, y le pregunté si habría algún problema con que estuviera presente mi mujer. Entonces él, con el carácter jovial que le caracterizaba, me dijo: –¡Cómo va a ser problema de que te acompañe una neña tan guapa! Puede venir contigo les veces que quiera.

Cuando le dije que estaba preocupado por alargarse tanto la consulta, ya que tenía otros pacientes esperando, me tranquilizó diciéndome: –Tengo las consultas muy limitadas y los que esperan ya saben que nunca tengo prisa en despachar a mis pacientes.

Así era este eminente e irrepetible médico. En mi ya longeva vida ha dejado su impronta, que no se borrará en el resto de mi existencia. Don Joaquín: este paciente agradecido y admirado por su sapiencia y bondad pide para usted un descanso eterno.

Armando Álvarez Palacio, Oviedo

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