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Un colegio que engaña

19 de Abril del 2009 - María Álvarez Menéndez (Oviedo)

¡Aviso!, esta carta está escrita por una madre que, a pesar del tiempo que ha transcurrido desde el paso de mi hija por el centenario colegio religioso concertado, ubicado en las faldas del ovetense monte Naranco, no ha logrado olvidar lo aberrante del sistema educativo utilizado con mi hija… ¡ah, claro, se me olvidaba mencionar que mi hija es una niña de necesidades educativas especiales! Es, pues, una carta escrita, no desde la tranquilidad que podría haberme aportado el paso del tiempo, sino que es una carta escrita con las tripas porque cada vez que recuerdo aquellos años no puedo evitar que éstas se me revuelvan.

Uno de los pilares de la publicidad son los eslóganes atractivos al consumidor, la mayoría de las veces engañosos, pero, cuando se trata de invitar a la adquisición de un determinado coche, un magnífico móvil o, por qué no, una maravillosa crema que hará desaparecer tu celulitis en dos semanas… quieras que no, el futuro consumidor es consciente del porcentaje de verdad y de mentira que se esconde tras el anuncio.

Pero cuando un colegio se anuncia utilizando el eslogan «Por una educación de calidad atendiendo la diversidad» se está dirigiendo a unos padres preocupados por el futuro de su hijo y que, por tanto, intentan encontrar el centro educativo más adecuado a sus necesidades.

Una de las razones por las que mi hija cursó desde 1.º de Infantil hasta 2.º de Primaria en este centro fue porque, engañados por los «cantos de sirena» de algunos profesionales del sector público y del sector privado que siguen recomendando este colegio a los padres con hijos que necesiten recursos educativos especiales, nosotros, dada nuestra inicial ignorancia, hicimos caso a sus palabras y al eslogan del colegio en el que aseguran que «atienden a la diversidad del alumnado».

Pues bien, puedo afirmar con rotundidad que esa frase publicitaria es mentira.

«Atender a la diversidad» (educativa, se entiende) significa que, si en un mismo curso repartido en cinco aulas hay diez niños con necesidades educativas especiales, cada niño debería tener un plan de estudios individualizado según sus necesidades porque, por muy ignorante que una persona sea, es de lógica pensar que un niño con síndrome de Down no necesita los mismos apoyos que un alumno con autismo o con síndrome de Asperger o de Tourette o con parálisis cerebral.

Pues bien, en este renombrado centenario centro escolar religioso concertado, ubicado en las ovetenses faldas del Naranco, atienden exactamente igual a un niño autista que a un niño con síndrome de Down; a un niño con retraso madurativo que a un niño con hiperactividad… únicamente reciben de verdad una educación individualizada los niños ciegos, gracias al maravilloso apoyo que ofrece la ONCE, pero, claro, dentro de la diversidad de patologías, la ceguera ocupa, quizá, en el mejor de los casos, un 1 o un 2 por ciento de los niños, digamos, «especiales».

Mi hija, diagnosticada de autismo a los tres años y medio (aunque en su última revisión la han diagnosticado de trastorno del desarrollo de origen desconocido), ha desarrollado una especial capacidad cerebral que ninguno de los médicos que la llevan nos saben explicar su origen. Pues bien, en dicho centro escolar, mientras mi hija era una alumna, digamos, «única en sus especiales características y digna de estudio por el equipo psicopedagógico del colegio», pues todo eran parabienes… pero cuando nosotros, como padres, nos negamos a cualquier tipo de «experimento o estudio empírico» ya que un colegio no nos parecía el marco más adecuado para ello… ¿qué fue lo que sucedió?... pues lisa y llanamente… «pasaron» de mi hija ¡durante cinco años!, hasta que en una reunión, al iniciar 2.º de Primaria, nos comunicaron que debido a la complejidad del caso que… en fin… ¡«puerta»! Pero de una manera tan sibilina que lo que ellos pretendían era que mi hija acudiese a un centro de Educación Especial por las mañanas, y por las tardes, «para seguir trabajando la sociabilización y la integración (¡tendrán cara dura!) continuase en el centro de referencia (por nada del mundo iban a perder la subvención que aporta la Consejería de Educación por cada niño de necesidades educativas individuales).

Tras nuestra visita al colegio de Educación Especial y decirnos personalmente el director del mismo que nuestra hija no era una niña para dicho centro, optamos por finalizar el curso que quedaba (que puedo asegurar que se nos hizo muy, muy largo) y solicitar ayuda en la Consejería de Educación.

Ahora mismo, mi hija está matriculada en un colegio público, pequeño, de pueblo, pero que oferta los mismos servicios de comedor, apoyo psicopedagógico, logopedia, fisioterapia, actividades educativas, culturales, idiomas, tecnología; pero ella tiene el hándicap de tener que superar un retraso curricular de cinco años, gracias a la labor desarrollada en el centenario colegio concertado ubicado en las ovetenses faldas del Naranco. ¿Y cuál fue esa labor? Pues, para que no molestase, estuvo durante cinco largos cursos haciendo, literalmente, «lo que le dio la gana».

En su colegio actual han «invertido» un curso, y utilizo la palabra «invertir» desde la perspectiva crematística de la misma –invertir, básicamente, significa arriesgar a que algo dé sus frutos, pero con el peligro de que no los dé–. En este colegio, se arriesgaron, y en un curso han conseguido, gracias a la maravillosa labor de sus profesores y de la dirección del centro, redirigir positivamente la conducta «salvaje» que tenía mi hija –y de la que aún le quedan retazos– y en este curso están consiguiendo autonomía en la escritura y la lectura.

¿Qué ocurrirá en un futuro? Nadie lo sabe y nadie puede pronosticarlo. Sólo sé que mi hija acude a su colegio feliz y se siente querida y, sobre todo, respetada en sus dificultades, que son muchas y complicadas.

De lo único que estoy segura es que el eslogan «Por una educación de calidad atendiendo a la diversidad» sí es aplicable al colegio en el que actualmente estudia mi hija.

Porque, no nos dejemos engañar, están jugando con el futuro de nuestros hijos, y puedo asegurar, desde mi personal experiencia, que en un colegio público, sin tantas parafernalias como algunos centros privados o concertados, ofrecen una educación personalizada dada por unos profesionales que tienen que luchar todos los días con el duro trabajo de la educación de nuestros hijos, con limitaciones de todo tipo, pero con verdadero amor a su trabajo.

No un profesorado «endogámico», en el que el puesto laboral pasa de padres a hijos, sino que es verdaderamente un profesorado vocacional.

Gracias, muchas gracias, Avelino, Dolores, Gonzalo, Arancha, Vicente...

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