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Allande, unas tierras de bienandanza

14 de Mayo del 2012 - Agustín Hevia Ballina

Acabo de recibir, en cálido obsequio de sus autores, María del Roxo y Alberto Álvarez, una «Guía completa del concejo de Allande». Inicié su lectura, lleno de añoranzas y remembranzas de unos paisajes y unas gentes hacia los que sentía cálido afecto desde mis tiempos de seminarista, en que había participado en Berducedo y su comarca en un Campo Misión, una experiencia inaugurada, con gran éxito, por el entonces Director Espiritual del Seminario, don José Luis Ortiz Corbato, a quien me es sumamente grato mencionar como amigo del alma. El año 1962, había sido Ibias, que dejó impresas en mi mente huellas imborrables y que también me motivó unas líneas de cálido recuerdo, cuando comenté, lleno de afecto, la también titulada por los mismos autores «Ibias, una guía completa», que muchos misterios me ayudó a desvelar de sus recordadas tierras.

Al año siguiente, recién ordenado sacerdote, fue, en el concejo de Allande, Berducedo el casi místico epicentro de unas andanzas pastorales, desde el Palo hasta el Salime. Todo se me hizo igualmente querido y me marcó también hermosas facetas de recuerdos en mi espíritu. Más tarde, en 1989, realicé una visita casi exhaustiva a todo el concejo allandino, conociendo entonces todas las iglesias y capillas de las tierras de Allande, en compañía y bajo guía del sacerdote don José Luis Sánchez Díaz, conocido en los ámbitos clericales por «Mosén». Resultó una estancia sumamente enriquecedora para mis vivencias y conocimientos del arte y de la cultura allandeses, sobre todo en lo referente al mundo de lo religioso y de las creencias cristianas, cuyas expresiones más vitales, plasmadas en sus edificios sacros, tanto me devolvieron a reminiscencias para actualidad los autores de esta «Guía completa», ofreciéndomelos, cual clarificador vademécum, para fruición plena, al traerlos de nuevo a mi reviviscencia interior.

Suelo irme a descansar, tarde en la noche, con un libro de cabecera entre las manos. Había dejado por un día el que me había acompañado la noche anterior, los «Viajes» de Benjamín de Tudela, un judío del siglo XII, en una edición de 1918, que me estaba ayudando a embeberme en el secreto embrujo del mundo de Oriente y de la Tierra Santa, y vine a sustituirlo por la que me resultó la más entrañable «Guía completa» de las tierras allandesas. Cuando me desperté, lo primero que hice fue escribir unas breves notas que más tarde me sirvieran para darles cuerpo en el ordenador como ahora hago.

Subtítulo: Una guía completa para disfrute de un concejo que se recupera

Destacado Lo primero que me vino al recuerdo fue el Valledor o Valle de Or, donde los soldados de la romanización se habían adentrado como protectores de los mineros que laborarían para la Roma del César la obtención del oro a tutiplén por todo el Valle, con sus minas al estilo de la de Montefurado o del Furacón

Lo primero que me vino al recuerdo fue el Valledor o Valle de Or, donde los soldados de la romanización se habían adentrado como protectores de los mineros que laborarían para la Roma del César la obtención del oro a tutiplén por todo el Valle, con sus minas al estilo de la de Montefurado o del Furacón. Reviví también la primera impresión del Puerto del Palo, desde donde se divisa como un mar de montañas, de coloración entre grisácea y averdosada, casi negruzca, perfiladas por una bruma casi perpetua, evocando la mano de Dios, haciéndolas emerger del Génesis primordial.

La imaginación me hizo saltar en un instante al Valledor de hoy, al amanecer fatídico del día 23 de octubre de 2011. A la pena y desamparo inmensos que revela la fotografía que nos ofrece a un Antonio García Linares entristecido hasta la médula, cabizbajo y meditabundo, doblado por el peso de la desgracia, pretendiendo con un sencillo caldero de cinc apagar, sumido en el dolor y en la impotencia, el fuego que había devastado casi su torre del Valledor, con el inapreciable tesoro de sus papeles, documentos y libros, con su magnífica colección etnográfica, calcinados en la panera, por lugar más seco, para todos el símbolo de un amor al libro, truncado inmisericordemente por el fuego, como en otra ocasión lo estuvo la biblioteca de Ramón Cavanilles, cuando quedó destruida, también por las llamas, en el Porreo villaviciosino. La amanecida de fuego y llamaradas gigantescas, alzándose al cielo, había sido la visión dantesca que quedaba del Valledor calcinado. Más triste aún me quedaba en la retina la imagen de los ochos pies enhiestos de la panera de Trabaces, que, elevándose cuales muñones cercenados, parecían clamar justicia al Dios del cielo.

Y desde entonces para el Valledor de los siglos un rimero de promesas incumplidas, de ilusiones esperanzadas, recibiendo, con manos tendidas, el limosneo de la calderilla de los políticos, cuando lo que se necesitaría serían miles y miles. Unas gentes sufridas en grado sumo, que, trabajosamente, están intentando sobrevivir a la tragedia. No la silencian los autores de la «Guía completa de Allande», que con su página 204 sobre fondo negro han querido dejar constancia de un a modo de monumento a la solidaridad y a la comunión y afinidad de sentimientos con los vecinos del Valledor porque las circunstancias y desazones de la tristeza y el desaliento ha de conocerlas también el caminante, el viajero, el peregrino o el huésped que llega, al que recibe, en hermosa expresión para la antología de la hospitalidad cristiana, esta frase, que rezuma a la «Sancta Regula» de San Benito: «Cuando güésped bén, Dios bén» (Cuando el huésped llega, llega Dios), escrita en la antigua capilla de la Torre del Valledor.

Me viene a la memoria un estudio que publiqué en la «Revista Memoria Ecclesiae» sobre la peste de 1598, que produjo más de un centenar de víctimas, en los pueblos de la parroquia de San Martín de Valledor, resultando emocionante el ir siguiendo los avances de la peste pueblo a pueblo, en el espacio de poco más de un año, con una trágica estadística que refleja casi la mitad de la parroquia entre los que murieron en aquella circunstancia. «La Peste de Atenas», narrada por Tucídides, la de Florencia contada por Bocaccio o la que dejó testimoniada Manzoni en «Los novios» son quizá pálido reflejo de la que se abatió sobre el Valledor, según el tenor del Libro de Difuntos de la parroquia. Discúlpeseme el excursus, en atención a la impresión que me dejaron en el alma la acción de la peste en su día y la del fuego de hace tan solo seis meses.

La «Guía» que me es gratísimo comentar está escrita con un estilo literario impecable y pulcro. La fotografía es de muy buena calidad, con óptimos logros y sumamente expresiva del detalle que los autores pretenden realzar. El maquetado atribuible a Calecha Ediciones está muy bien logrado, haciendo atractivo para el lector el aspecto que quiere destacarse con la adopción de esta o aquella distribución del texto. El contenido se nos ofrece entusiasmante La impresión realizada por Gráficas Rigel es muy legible, tanto por la elección del tamaño de los tipos como por el interlineado. La caja a dos columnas facilita un mayor contenido de texto, en tanto que los textos a página seguida sirven para destacar los que provienen de otros autores.

Los habitantes de Allande, que, plasmados en los veinte personajes de los «agradecimientos», semejan una galería de retratos, cuyo artífice, pintor o escultor, resultara ser el Dios de la Creación, habrán de sentirse orgullosos de ser protagonistas de esta «Guía completa» de su concejo. María y Alberto, mi más cordial enhorabuena. Adelante. «Ducite in altum». Seguid remando hacia altamar.

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