Avello, profesor

27 de Abril del 2012 - Melchor Fernández Díaz (El Entrego)

Quisiera hacer una puntualización a la carta que publicaba recientemente en este periódico Carlos María de Luis, antiguo compañero y persona a la que por muchos motivos admiro y aprecio. A cuento de un artículo de Chus Neira en el que evocaba la trayectoria personal de Manolo Avello y su faceta como profesor en el colegio Auseva, de los Hermanos Maristas, Carlos María asegura que, en contra de lo escrito por Chus, Manolo Avello nunca dio clase de Formación del Espíritu Nacional, asignatura que era conocida coloquialmente como Política. Yo, por el contrario, manifiesto que sí. Doy por seguro que en la época que describe Carlos María –bachillerato de siete cursos con reválida al final– Avello no daría clase de esa materia. Pero cuando yo inicié el bachillerato –plan de seis cursos, con dos reválidas y un curso preuniversitario– sí la daba. Por supuesto, las suyas eran clases diferentes, porque Avello era, como profesor, muy original y, sobre todo, muy divertido, aunque para un estudiante de 11 o 12 años su socarrona ironía no fuera siempre fácil de seguir. Daba clases de «Política», pues –a mí, al menos, en dos cursos–, pero, eso sí, no examinaba. A examinarnos, por escrito, venían unos señores «de fuera», muy serios y que imponían todavía más porque, lo recuerdo perfectamente, vestían de falangista, con camisa azul mahón y corbata negra. En ese detalle veo un punto de convergencia con lo que afirma Carlos María acerca de que la impartición de la Formación del Espíritu Nacional quedaba reservada a los instructores del Frente de Juventudes debidamente titulados. Seguro que eso fue así inicialmente para relajarse luego, de modo que dejara de ser obligatorio que fueran ellos los que dieran clases de FEN, aunque, como ocurría en mi época, se les mantuviera la exclusividad de examinar.

Diera las asignaturas que diera, Avello era muy popular en el Auseva, dentro y fuera de las aulas. Por ejemplo, le encantaba jugar al fútbol con nosotros. Y, como profesor, resultaba insólito por su forma de interactuar con los alumnos, lo que hacía muy amenas sus clases. Años después, cuando la vida nos hizo no sólo colegas sino hasta compañeros en el ejercicio del periodismo, tuve ocasión de comentar muchas veces con él anécdotas de aquella época. Si tuviera que seleccionar alguna, elegiría la de la ocasión en que me sacó a la tarima a dar la lección y me preguntó algo sobre lo que yo no debía de estar muy puesto. Farfullé como pude una contestación y, por si colaba, quise rematarla con un alarde de suficiencia, de modo que añadí: «Etcétera, etcétera». Manolo reaccionó de modo admirable ante aquella majadería. Muy serio, con aquella voz profunda que sabía manejar de forma tan admirable, se limitó a decir: «Muy bien. Puede sentarse. Tiene usted un dos: uno por cada etcétera». Me escoció de momento, pero con el tiempo la he llegado a valorar como una de las mejores lecciones que me han dado. Lo que demuestra que un buen profesor está siempre por encima de la asignatura.

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