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Responsabilidad social del periodismo

2 de Mayo del 2012 - Manuela Suárez Granda (Oviedo)

He leído en el periódico LA NUEVA ESPAÑA el jueves 26 de abril que Víctor Manuel do Campo P. E. se declaró culpable de haber matado a su pareja, una mujer que era mi amiga, porque ella quería dejarlo. El o la periodista que nos informa de esta noticia comenta que Víctor Manuel ofreció ayer «un aspecto de evidente enfermedad mental. Abotargado, con gestos torpes, contestando apenas con monosílabos, era la viva imagen del sufrimiento».

Quizás esta o este profesional de la información, L. Á. Vega, se dedique en su tiempo libre al diagnóstico psicológico a través de la posición corporal y los gestos de los acusados de violencia machista. Quizá no haya podido resistirse a plasmar los resultados de este análisis personal en el diario. Quizá también tenga que darnos pena por haber hecho tal cosa, por no haber podido resistirse a la tentación de publicar sus grandiosos resultados y echarle un poco de literatura barata al relato.

Me temo que todos los hombres acusados de homicidio o asesinato por violencia de género se esfuerzan por parecer enfermos mentales. Saben que es mejor para su futuro y están alentados por sus abogados defensores, dentro de este juego macabro que denominan justicia. Mala prensa para las personas con enfermedad mental, entre las que el índice de actos violentos de tal calibre es mínimo.

Quizá Víctor Manuel se haya mostrado triste por no haber podido pasar por enfermo mental y tener que cumplir su condena como cualquier homicida. Ni yo misma ni la familia que lo acogió como un hijo le vimos síntomas de trastorno alguno antes de cometer este acto inhumano.

La discreción de la familia de la víctima ha privado al periodismo de detalles morbosos y carnaza. Su sufrimiento no cuenta porque no se ve. Tienen dignidad y su dolor no lo ponen en venta. A falta de esto, la noticia invita a apiadarse del que mata brutalmente.

Eso sí, los detalles macabros y atroces de cómo se produjo la muerte de la mujer se relatan una y otra vez. Eso vende. Qué importan su madre y su padre, personas mayores muertas mientras viven por su dolor, ni su hermano. Qué importa si se acrecienta aún más su trauma, si se revive una y otra vez.

El periodismo se ha lucido nuevamente en el tratamiento de noticias sobre violencia de género. No se informa con rigor.

La víctima, mi amiga del alma, es ahora sólo un número: la víctima número «x» por violencia de género en el año 2010.

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