Fernando Rubio Bardón, cambio de domicilio
Es palabra de Dios: «El que pierda su vida por mí no morirá para siempre».
Don Fernando, el buen pastor, el amigo fiel, el entregado, consecuente con su sacerdotal compromiso, en verdad, se desvivió por todo el mundo. Su apostolado no tuvo límites y llegó a Tanzania con sus oraciones y ayudas. Tal entrega lo hizo merecedor de agustino de honor, título que disfrutaba con la profundidad que sabía poner a todos sus sentimientos.
Se desvivió... ¿Acaso eso no es morir por los demás?... Hasta el último momento de su vida, lo digo con pleno conocimiento de su singular «vía crucis», rezó al Padre por todas sus ovejas a las que conocía perfectamente...
Quemó el final de su vida terrena, encerrado en una clausura muy impropia de su hiperactividad... Aquí tenemos a un hombre cuya oración del huerto se prolongó hasta un tiempo cuasi eterno... En este final podríamos decir que cogió el testigo de ese Papa Juan Pablo II, otro ejemplo de saber desvivirse.
Apoyándonos en la palabra de Dios, celebremos, sí, celebremos que, al margen del cambio de domicilio, don Fernando sigue entre nosotros. Su partida a la casa del Padre se produce en plena Pascua de Resurrección... Esa Madre Iglesia que adoraba con todas sus fuerzas, litúrgicamente, que a tiempo lo llamó.
En adelante, en vuestro deambular diario, si notáis una cierta alegría, como ocurría hasta ahora, os habéis encontrado con don Fernando, que ha pasado a vuestro lado.
Si en la soledad de vuestra casa y, en medio del desconcierto, surge una luz que allana los caminos y resuelve los problemas... ¡no lo dudéis ni un instante! Fernando está junto a ti ayudándote, cual era su costumbre...
Su alma, la que ponía calor a sus abrazos, ternura a sus miradas y sonrisa celestial a sus besos, no ha muerto.
Cual discípulos de Emaús, vivamos la Pascua de este año en compañía de ese párroco y amigo. Mientras, en nuestros corazones sigue presente este sacerdote ejemplar más allá del cambio de domicilio.
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