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La huelga del 62: una vivencia personal

6 de Mayo del 2012 - César GONZÁLEZ ANTUÑA

Viví el desarrollo de la huelga de 1962 como un acontecimiento completamente nuevo. Llegó a mi entorno directamente. Por un lado, era hijo de un minero del pozo Sotón, y, como tal, escuché de una manera clara y precisa el problema minero de primera mano. Además, mi familia tenía una tienda de comestibles, cuya clientela era minera de profesión en un 90%, y día a día oía sus opiniones directas y sabía de sus problemas diarios, porque aquella tienda era el fiel confesionario de una realidad dura y tajante. Y en mi vida privada las conversaciones con amigos y conocidos me ratificaban y complementaban lo que ya había oído en casa y en la tienda. La vida en aquel 1962 era muy dura. Yo iniciaba mis estudios superiores y al analizar todas esas cuestiones sacaba la conclusión de que algo estaba fallando. Hoy casi nadie discute que la huelga comenzó por reivindicaciones económicas.

SIN AVISAR. -La huelga se inició en la cuenca del Caudal para extenderse luego a la del Nalón. En 1962 no había partidos partidos legales. En mi ambiente no conocía otros. La huelga de 1962 surgió como nacen los brotes de primavera: sin avisar. De pronto, el árbol (la huelga) estaba con ramas verdes y su floración se hacía imparable. Me pongo a analizar el ambiente personal que yo frecuentaba, y nadie, que yo supiera, tenía inquietudes. La despolitización era la norma. Si la excepción confirma la regla, sólo un conocido estuvo metido entre los hilos de aquella huelga y nos enteramos, tiempo después, cuando un día le detuvieron. Pese a ello, hubo respuestas personales a lo que estaba pasando. De forma espontánea. Nadie, de los que yo conocía, recibió órdenes de que buscáramos familias con hijos que lo estuvieran pasando mal, que pasaran hambre, y, sin embargo, lo hicimos. Íbamos por Sotrondio y El Serrallo y alguien nos decía: «En casa de fulano son seis y seguro que pasen fame». Y llevábamos los guajes a nuestra casa a comer. Nos los repartíamos diariamente. Nunca eran los mismos en la misma casa. Y así pasaron los días hasta que se volvieron a abrir las puertas del economato.

AQUEL VIERNES SANTO. -Nunca se me olvidó la Semana Santa de 1962. Los entonces llamados conflictos laborales se extendían por toda Asturias y yo los sentía de una manera especial. Mi padre era artillero en el pozo Sotón y en casa no había otro comentario: la huelga llevaba camino de ser general. Aquel Viernes Santo, como todos los años, los bares de Sotrondio cerraron a la hora de los oficios religiosos. Pero el ambiente era muy especial. Las guarniciones de la Guardia Civil habían sido reforzadas ampliamente y no se podía andar por el paseo en grupos superiores a dos. Apenas las fuerzas de seguridad veían a tres chavales juntos los detenían, y si no llevaban documentación los llevaban a sus coches y, tras interrogarlos sobre su relación con el conflicto laboral, los dejaban sueltos, eso sí, «bien calientes».

Ese viernes tan especial, los bares y sidrerías, al contrario de lo que era costumbre, no volvieron a abrir después de que terminaran los cultos. Todo el mundo marchó para casa. Y allí, a escuchar la radio. «¡Aquí Radio Pirenaica!». Daba información comarca por comarca, y pueblo por pueblo. Muchos lo tenían como un nuevo «parte oficial». Las noticias se comentaban luego con amigos y conocidos, añadiendo cosas de cosecha propia, en función de las informaciones particulares que cada uno tenía.

LA ZAPATERÍA DE SOTRONDIO. -En Sotrondio había una zapatería muy popular. Su dueño, que había llegado a principios de los años 50, arreglaba zapatos, hacía trabajos de guarnicionería y tenía un servicio de limpiabotas. Compraba todos los días varios periódicos, que ponía al servicio del público. Pero lo más destacable era que tenía un buen aparato de radio. Allí se escucharon las retransmisiones de los partidos de las primeras copas de Europa de fútbol (todavía no había televisión), se vivía la rivalidad ciclista entre Loroño y Bahamontes en las vueltas ciclistas a España y se seguía al momento la marcha del Tour de Francia, a través de Radio París.

Y naturalmente, en la primavera del 62, aparte de seguir las etapas de la Vuelta España, se aprovechaba la ocasión para coger las ondas no ya de Radio París, sino de vez en cuando de La Pirenaica.

Un buen día, con el local de la zapatería lleno y una emisora dando noticias de la marcha de la huelga, entró de pronto un ¡guardia civil! Como supimos después, venía a interesarse por el arreglo de unos zapatos que había traído días antes. Se hizo un silencio sepulcral, con lo que el sonido de la radio, que estaba a todo volumen, se hizo más patente. Pero el que la manipulaba no se dio cuenta de lo que estaba pasando porque ¡era ciego!

El zapatero sí se dio cuenta. Se levantó como un rayo de su tayuela, se echó encima de la radio y la apagó mientras se dirigía al guardia, diciéndole: «Sus zapatos no están todavía. Estarán para mañana».

El guardia no se enteró de lo que estaba pasando, pero desde afuera llamó al zapatero y estuvieron hablando los dos en la acera. Cuando el zapatero regresó, nervioso y enfadado, dijo a los presentes: «Me ha dicho, el guardia civil, que están prohibidas las reuniones de más de tres personas, que tenga cuidado. ¡Todos fuera!». Pero en unos días se le pasó el enfado y la radio volvió a funcionar.

Cincuenta años después, el conflicto minero más famoso sigue presente en la memoria de quienes tuvieron que sufrirlo como actores o testigos

En esos días la Guardia Civil ordenó que todos aquellos que tuvieran armas de fuego –cazadores sobre todo–, las entregaran inmediatamente en el cuartel. También se oían, de personas adictas al régimen, comentarios como éste: «Ya he dicho al sargento, que, en vez de recoger las escopetas, lo se tenían que hacer era ir casa por casa y precintar los aparatos de radio».

GRANIZADA DE MAÍZ. -El Sábado Santo se abrieron los pozos. La cuesta de Villar amaneció con una granizada sobre el maíz. El turullu de San Mamés sonó con normalidad y entró gente al interior. Pero rápidamente se corrió la voz por todo Sotrondio: «¡Están de brazos caídos!». En el pozo Sotón, más de lo mismo. Durante el día, ritmo lento y en los testeros florecía el maíz. La huelga iba camino de ser general en toda la cuenca.

Y llegó el 1 de mayo. Sotrondio estaba tomado militarmente. Por mi cabeza pasó el fantasma de la Revolución de octubre del 34. Pero en el ambiente no había hostilidad hacia las fuerzas armadas, a pesar de que habían aumentado las detenciones de personas.

Al día siguiente en la barriada de El Serrallo hubo una manifestación de mujeres, que cortaron el tráfico durante todo el día. Se sumaron a la huelga los obreros de la construcción, pertenecientes a la empresa Duarín. La huelga desbordaba claramente el ámbito de la minería.

MEDIDAS DE EXCEPCIÓN. -El sábado 5 de mayo los periódicos de Asturias y las emisoras de radio daban a conocer una nota del Gobierno en la que se daba cuenta de una grave decisión. Tras el argumento de que: «…. es de lamentar que una sana mayoría de los trabajadores asturianos sea arrastrada por una insidiosa campaña que, desorientando su opinión, ha ocasionado un costoso sacrificio a los productores afectados y un grave daño a la economía nacional, objetivos básicos de quienes quieren entorpecer nuestra política de constante mejora social y desarrollo económico», se daba cuenta del decreto ley por el que se declaraba el Estado de excepción en las provincias de Asturias,Vizcaya y Guipúzcoa. «La ilegal paralización del trabajo en determinadas minas de carbón y otras empresas impone la necesidad de salvaguardar, dentro de la ley, el interés general, por lo que debe el Gobierno aplicar las previsiones de los artículos 35 del Fuero de los españoles y el n.º 9 de la ley de Orden Público».

Por primera vez, el Gobierno por medio del Ministerio de Información y Turismo se daba por enterado de la existencia de a huelga en Asturias.

Los días pasaban y la vida seguía. El día 12, sábado, el Unión Popular de Langreo vencía en Burgos al Europa de Barcelona. En esta mañana de niebla y lluvia en buena parte de la cuenca minera se hablaba de esa eliminatoria. Las noticias banales o anecdóticas coexistían con las que seguía produciendo la paralización del trabajo, en la que las emisoras clandestinas y algunos corresponsales extranjeros trataban de identificar rasgos revolucionarios. El Consejo de Ministros se reunía bajo la presidencia de Franco y no se ocupaba de la huelga de Asturias. O eso decía la reseña oficial.

SOLIS, EN ASTURIAS. -Pero era evidente que el conflicto preocupaba al Gobierno y que se ocupaba de él. La mejor prueba, que el miércoles día 16 de mayo los diarios anunciasen la llegada a Oviedo del ministro secretario del Movimiento y delegado nacional de la Organización Sindical, camarada José Luis Solís Ruiz, «para abordar de una forma directa el problema laboral aquí creado». «Para ello», decía el camarada Solís, «estaré aquí el tiempo necesario».

Los economatos de las empresas habían cerrado. Sólo quedaban abiertos los comercios en general, insuficientes para que el abastecimiento llegara a todo el núcleo de población. Había familias que no tenían el mínimo y suficiente sustento. Surgió así, de forma espontánea, la ayuda solidaria a que he aludido antes, por personas apolíticas y dirigida, sobre todo, a los niños. A la vez aparecen discretos personajes que ofrecen ayuda en metálico a los mineros necesitados. Es el famoso Socorro Rojo.

El viernes 16 de mayo, la prensa se hacía eco de las palabras pronunciadas el día antes por el ministro Solís: «Debemos pensar todos en llegar rápidamente a ese convenio que llevará mas justicia y tranquilidad a los hogares. Por vosotros, por la grandeza de vuestra empresa que es vuestra propia grandeza, porque así tiene que ser, empresa grande, para que pueda retribuir más y mejor a los trabajadores; por la grandeza de vuestra región asturiana, cuya riqueza tenemos, por encima de todo, que mantener; por la grandeza de la Patria y por el entendimiento de todos los trabajadores, vuestro delegado nacional de sindicatos espera que veamos finalizada esta situación y nos preparemos para esta nueva etapa de convenir, con vuestra participación, unos salarios más justos y marchemos todos unidos por una mayor justicia social».

Eran palabras que trataban de ser conciliadoras. La población no se tomó muy en serio el discurso del ministro Solís, ya que sólo eran palabras que sonaban bien, pero no daban soluciones concretas al problema salarial que había suscitado la huelga, lo mismo que las notas de prensa que se daban diariamente sobre la situación laboral de la provincia. Pero el tiempo corría en contra de la prolongación del conflicto, por el agotamiento de los huelguistas. A finales de mayo, la Prensa informaba de que el segundo relevo trabajaba en los pozos de San Mamés, Valdelopozos, Santa Bárbara, Sotón y La Encarnada. Luego la normalidad se iría extendiendo a otras explotaciones. La huelga del 62 se fue disolviendo como un azucarillo y a mediados de junio comenzaba a ser un recuerdo. Eso sí, tan potente que hoy, cincuenta años después, se mantiene vivo.

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