Una de cal y otra de arena
Estudiar una carrera todos sabemos que no es gratis; no sólo exige tiempo, empeño, sufrimiento, sino también dinero.
Día tras día madrugas para aguantar largas horas de conferencia tras conferencia de algo que te apasiona y que, pasado un tiempo, deseas poder vivir de ello. Noches en vela, preguntas de examen, chuletas, tutorías, consultar el tablón de anuncios, precio de los créditos, trabajo por el verano... El objetivo está claro: ir subiendo peldaño tras peldaño para conseguir el ansiado título y para no pagar más de la cuenta, porque los suspensos también tienen precio. Y así, año tras año, hasta que recibes la última nota y sabes que el futuro profesional ya está más cerca. Atrás se quedan varios años pagando crédito tras crédito, extraños gastos de administración, fotocopias... pero llega el día de ir a por el título, el que adornará tu currículum y le indicará a la empresa que tú eres el candidato que buscan, y todavía te queda un pago más que abonar; mi cartera empezó a tiritar, 162,48 euros por recibir "mi" título (en tres "bonitas" cartas de pago). Mi cara, todo un cuadro, incomprensible, después de años luchando y, cuando vas a recibir el trofeo en el podium catedrático, te despluman sin motivo alguno. Me paro a imaginar a Alonso levantando su título del mundo y un señor con portátil debajo diciéndole "por favor, por haber sido tan rápido y sumar tantos puntos nos debe tantos euros", o a Nadal levantando su ensaladera: "Señor, disculpe, es que ha conseguido su título con demasiada facilidad, nos debe tantos euros". Pues con eso me encontré, con un hachazo burocrático en toda regla, que me recordaba, una vez más, que estudiar no es únicamente cuestión de cabeza, también de bolsillo. Supuestamente era un día feliz, pero tenía que seguir luchando, no había terminado, porque ahora debía conseguir 162,48 euros para pagar el fruto de mis esfuerzos, pero, como dijo la amable administrativa, "esto es así, chico, una de cal y otra de arena, y lo que te espera".
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