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¿Estudias o trabajas?

20 de Mayo del 2012 - Francisco J. Ruiz Urraca (La Carrera)

El último día de la Gran Guerra fue el más terrible de todos. Una vez acordado el armisticio, los altivos generales expusieron durante seis horas las vidas de miles de soldados, a sabiendas de que el terreno en disputa sería ocupado pacíficamente a mediodía. Nadie me quita de la cabeza el paralelismo entre este fatal episodio y lo que ahora acontece en nuestras aulas. A pesar de una alarmante, yo diría que hasta obscena, exclusión de la juventud como fuerza productiva, del elevado número de demandantes de un primer empleo, del patético censo de titulados y retitulados que prolongan su vida académica hasta el delirio, del mareante porcentaje de créditos universitarios tostados al sol de la decadencia, a pesar de todo, digo, nuevas y numerosas promociones de jóvenes se embarcan en el crucero del Bachillerato, con rumbo desconocido hacia no sé qué puerto incierto. Como si el sistema educativo fuera ajeno al presente que describen los datos, los gobiernos se suceden sin acometer una reforma en profundidad que desarbole un bajel que no nos lleva a ninguna parte y ha convertido la flotabilidad del casco en su única razón de ser. Por si esto fuera poco, el poderoso discurso de que el mérito y la aptitud nunca doblegarán la férrea voluntad del estudiante «motivado» ha calado tanto en las familias que los padres de clase media no dudan de que el autodevaluado Bachillerato es la mejor opción formativa posible. Así, los alumnos se justifican: «Tengo que intentarlo», «cuanto más educación, mejor», «el Bachillerato sirve para todo», «mi padre dice que sin Bachillerato seré un don nadie»... Nada parecido a un proyecto de futuro, a una meditada incursión en la senda del aprendizaje progresivo orientado hacia el satisfactorio desempeño profesional. Los americanos lo tienen más claro: los estudiantes mediocres se han de conformar con jugar a la pelota en un campus de segunda o tercera fila que nunca les garantizará ni tan siquiera un puesto de trabajo. A los buenos se los disputan las mejores universidades del país, y antes de terminar los estudios saben que formarán parte de la élite profesional. Aquí la mayor aspiración es que se matriculen en nuestras facultades, cortadas todas por el mismo patrón, como si la Universidad española, de prestigio aún por reconocer, fuera capaz de enmendar todo el desaguisado. El objetivo es el título, no la formación. Y así nos luce el pelo. No nos engañemos: nuestro sistema educativo hace aguas en todos los niveles, no estamos formando a los profesionales que necesitamos, y menospreciamos la Formación Profesional; para colmo, pensamos que un torero de academia siempre estará mejor preparado que el que se ha forjado en los ruedos. Pero, pregunto yo, ¿quién de los dos tiene más probabilidades de sobrevivir? Mientras llega el esperado momento del cambio, aquel que se sienta llamado al estudio, que se tiente sus aptitudes, se fije unos objetivos y ponga codos a la obra. Los que piensan que la educación es una tómbola están perdiendo su tiempo o haciéndoselo perder a los que más quieren.

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