El nuevo y falso sentido de las palabras
Es imprescindible acudir al escenario político. Confieso que soy incapaz de aislarme. Se han reacuñado expresiones como mírame a los ojos, altura de miras, arrimar el hombro. Se utilizan de manera indebida cuando faltan otras expresiones más correctas y no tan genéricas.
Pero lo más indicativo y curioso en los últimos años ha sido la petición de perdón. Es realmente patético observar de manera casi continuada (porque continuas son las meteduras de pata), como muchos políticos sobre todo del Gobierno y socialistas- ante las situaciones de dejadez e inoperancia, acuden modosamente a la petición de perdón, con cara de sacristán no precisamente arrepentido pero entendiendo que París bien vale una misa.
Es indudable que el libro de estilo de algunos dirigentes socialistas se basa en utilizar expresiones a veces embadurnadas- de tipo seudoreligioso e incluso copias ligeras de algunos salmos bíblicos, para cubrirse de un falso arrepentimiento que en pocas fechas puede observarse como tal. Uno llega a pensar que utilizan torticeramente textos originales que deberían ser muy respetables, sin tener en cuenta que detrás de la expresión debería estar siempre de manera coherente, la actuación. Porque, en el fondo no están contra la ideología religiosa, están contra el órgano que la interpreta, porque entienden que les hace sombra. ¿O no?
El buenismo nombre dado al talante estilístico en vigor- exige precisamente la expresión de elementos de arrepentimiento que se incluyen en un mea culpa confesado. Pero la confesión lleva aparejada, junto al propósito de enmienda, una penitencia.
Pero los políticos no se aplican la penitencia, porque la penitencia del político debería ser la dimisión. La diferencia entre la ineficacia de un ciudadano de a pié y la de un político, es precisamente esa: la dimisión. La petición de perdón en sí no es suficiente, aunque constituya un elemento agradable, sobre todo cuando es un político el que lo solicita. Sin embargo, resulta tan gratuita de manera habitual que acabará perdiendo su sentido real.
Posiblemente desde un criterio ético resulta más inadmisible una manifestación de perdón de un político, hecha de manera hipócrita, que la negativa inhumana -pero esperable- de aquellos que, negándose a condenar la violencia y aunque directamente no la practiquen, no son tachados de insolidarios.
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