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El chamanismo imperante

10 de Mayo del 2012 - Francisco M. Domínguez Menéndez (Avilés)

A un servidor le duele tanto la euforia que la teme. Casi siempre es la antesala de la decepción. De todas formas, para quien esté acostumbrado a dar y darse más de dos oportunidades, siempre quedará el resquicio de la esperanza. Esta vez, como otras, me acojo a la duda cartesiana, compañera utópica que por si sola y sin más recorrido que la experiencia tampoco alcanza a iluminar el camino de la verdad.

Tal vez exista más de una realidad partiendo de la razón, de ahí la controversia que generan las doctrinas. Digo esto, y perdonen la introducción seudofilosófica, porque después de haber oído y leído los sesudos comentarios de esa caterva de sujetos mediáticos sobre las elecciones griegas y francesas, uno tiene la sensación de estar rodeados de gurús o chamanes enfrentados en razón a la tribu de pertenencia.

El chamanismo occidental, tributario del club sociopolítico de arraigo, evoca cualquier circunstancia favorable a su criterio al mismo tiempo que obvia o sesga otros principios que también revisten el discurso de apariencia racional porque, hoy más que ayer pero menos que mañana, la analítica de los hechos está fundamentada en el dominio de la información y el conocimiento y es relativamente fácil, desde esta situación de privilegio, someter o alimentar las debilidades de un auditorio iletrado que danza al son del criterio más favorable a sus principios viscerales surgidos y asentados en circunstancias diversas. En no pocos casos aprendidos y cultivados en la tradición política familiar.

Los métodos de análisis con exceso de carga emocional o partidista y carentes de toda razón liberada de ese lastre contaminante, anulan por principio cualquier atisbo de aproximación a la verdad, aunque, si entendemos por verdad la certidumbre absoluta e inmutable en el tiempo, que va más allá de la física, nada de lo terrenal, ni siquiera la unión pensamiento y existencia es indiscutible, por tanto, implícitamente admitimos el término verdad como un compromiso de fe, que es en definitiva lo que solicita el comunicador a su parroquia.

Son los nuevos guías espirituales que a través de los púlpitos de papel y de las ondas, en conclusión, los mass media, aleccionan a la clientela según criterios enraizados en postulados que incluso van más allá del dogma político, asentándose, en muchos casos, sobre la nada recomendable inspiración de la venganza. Tampoco podemos olvidar ese prurito enfermizo que persigue el halo de gloria que irradia la grandiosidad de la influencia. Eso que algunos llaman erótica del poder, también orienta la crítica. Sin olvidar, por supuesto, a esa nómina de analistas implicados en las buenas prácticas profesionales.

La conclusión menos especulativa a tanto juicio, interesado y manipulador uno, vengativo otro y sincero el más, sería optar por la prudencia que emana de la perspectiva del tiempo; magnitud encargada de dimensionar y situar la perspectiva de los hechos en su justo término. De momento y al margen de predicciones pretenciosas solo podemos mantener la esperanza y los buenos deseos para que nuestros mandatarios, de un lado y otro, de aquí y allá, acierten en las recetas que saquen a Europa y al mundo de este clima catastrófico de desconsuelo, desconcierto y miseria.

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