Bienestar general y no reducido
Recuerdo que hace unos años escuché una noticia en la radio que me dejó un tanto descolocado, pues arrojaba datos un tanto desconcertantes para quienes vivíamos una realidad más o menos amable, una situación social favorable en un mundo repleto de calamidades e injusticias. Se trataba de un informe realizado por Naciones Unidas en dieciocho países de América Latina en el que, entre distintas cuestiones relativas al progreso y asentamiento de la democracia en el continente, revelaba que el 56% de los latinoamericanos anteponían el desarrollo económico a la democracia, y que el 54,7% estarían conformes con un gobierno autoritario si era capaz de ofrecer solución a las dificultades económicas.
Actualmente, es probable que haya disminuido el porcentaje de ciudadanos con tales ideas o sentimientos, pues la pobreza, factor clave a la hora de albergar ese desapego hacia el sistema democrático, ha ido descendiendo de manera paulatina. En cambio, los resultados de las últimas elecciones en Grecia, ¿no son un indicativo de la errónea dirección tomada en Europa?, ¿no son un síntoma inequívoco del desafecto y desencanto que se respira entre la ciudadanía? Una vez encendida la luz de alarma, no es nada recomendable esconder la cabeza o mirar hacia otro lado, sino adoptar cambios que eviten el pronunciamiento y extensión del deterioro social dominante. Los gobiernos celebran numerosas cumbres y reuniones tratando de buscar una salida al nocivo laberinto en el que estamos introducidos, pero, hasta el momento, da la impresión de que el fruto obtenido es desorientación, frustración e incertidumbre. Si el egoísmo y la codicia no son cualidades que contribuyan a modelar una sociedad que pueda mirarse al espejo sin reflejar una imagen penosa y vergonzante, en las presentes y delicadas circunstancias, desde la política debería dejarse claro que el objetivo es el bienestar general y no el reducido.
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