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La esclavitud en el siglo XXI

27 de Julio del 2012 - Pedro-José Vila Santos

Hay muchas formas de esclavitud, sería la primera conclusión de este trabajo: desde la meramente física, como la esclavitud «clásica», todavía vigente en países como Mauritania o Arabia Saudí, la esclavitud por deudas que existe en países como Pakistán, y la esclavitud infantil, los niños soldados o la trata de blancas, a otro tipo de esclavitud, menos física pero muchas veces igual de evidente, como la esclavitud tecnológica, la interna a nuestros prejuicios y nuestra educación, la del medio ambiente y la de seres vivos de todo tipo, que se ven sometidos al egoísmo del hombre.

Sobre la esclavitud física podemos decir que sólo en España el informe sobre la Trata de Personas de 2011 revela que hay entre 200.000 y 400.000 mujeres que ejercen la prostitución, en más de 3.000 establecimientos. Según informes de prensa y funcionarios del Gobierno, aproximadamente el 90 por ciento de las mismas son víctimas de la prostitución forzada y están controladas por redes organizadas que operan en todo el territorio español. Son, por lo tanto, esclavas.

Pero la sexual no es la única forma de esclavitud física en Occidente. Después de dos siglos de duras luchas sociales, en las que los trabajadores consiguieron ir arrancando concesiones a las clases poseedoras que permitieron una vida digna a una mayoría social en el marco del llamado Estado del bienestar, la evolución política y económica de los últimos años amenaza con borrar de un plumazo dichos avances para volver a escenarios que nos acercan peligrosamente a situaciones de semiesclavitud. Por otro lado, la necesidad de blindar políticamente estos retrocesos sociales está llevando a una involución autoritaria en algunos países de la UE que llega incluso a superar la democracia formal en beneficio de gobiernos presuntamente tecnocráticos y desideologizados pero que en la práctica practican una sola ideología con la fuerza de un dogma religioso: la de la sumisión a los intereses del gran capital especulativo.

Otras formas de esclavitud física, que aún no se dan en nuestro espacio europeo occidental pero sí en otras latitudes, vendrían representadas por el tráfico de órganos o la explotación infantil en fábricas del Tercer Mundo. Que no se den todavía aquí no quiere decir que sean imposibles. Basta con dejar pasar unos años más sin respuesta social a los atropellos permanentes de los que estamos siendo objeto.

Sin embargo, y en eso coinciden todos nuestros trabajos, el concepto de esclavitud no se acaba en la simple compraventa física de las personas, sino que observamos, especialmente en nuestra sociedad occidental pero cada vez más en la mayor parte del mundo, dos prácticas muy relacionadas entre sí, el materialismo y el consumismo, con un gran potencial esclavizador. Es por todos sabido que nuestra sociedad occidental, a medida que ha ido ganando posiciones en cuanto a la calidad de vida, parece haber retrocedido posiciones en la escala del desarrollo personal. Los avances materiales han ido de la mano de un retroceso cultural, intelectual y una crisis de valores que ha potenciado y amplificado comportamientos y consideraciones injustos como el tanto tienes tanto vales, la frivolidad, etcétera. El poder del dinero y la ausencia de inquietudes generalizada por el compromiso social en cualquiera de sus innumerables vertientes han dado origen a una sociedad vacía, sin nada que aportar al progreso de la humanidad. La vida ha querido hacerse simple y se ha pasado a equiparar la felicidad con la plenitud material.

Subtítulo: La posición de la Logia Progreso

Aunque la avidez por poseer no es nueva en nuestra sociedad, en países como España se creó a partir de los años 80 una cultura del dinero, del poseer, que invirtió los valores que habían sido el paradigma válido hasta entonces. La cultura del esfuerzo fue sustituida por la del triunfo rápido y buena muestra de ello fueron los nuevos modelos que se presentaban a los jóvenes, la parte más vulnerable de la sociedad: asistimos al ensalzamiento de individuos que alcanzaban notoriedad y dinero sin esfuerzo y sin méritos, al mismo tiempo que los valores de mérito y esfuerzo se iban diluyendo, la consecuencia de todo ello fue el nacimiento de una sociedad acrítica con una única preocupación, el consumo. En esta situación resultaba fácil ir añadiendo nuevas cadenas y aumentando los niveles de esclavitud. Así llegamos a la situación perfecta, una sociedad esclava que no se percata de ello, lo que facilita la tarea de ir añadiendo nuevas cadenas o recargando las ya existentes.

Pero aún percibimos más formas de esclavitud, aunque éstas ya no atañen sólo a los seres humanos: nos estamos refiriendo a la esclavitud animal y a la ambiental. Respecto a la primera, la evidente ansia por aumentar la tasa de beneficios en una sociedad capitalista hace que, si no hay barreras éticas para la explotación de las personas, mucho menos las habrá para la explotación de los animales. A pesar de las reglamentaciones, en las empresas cárnicas se siguen violando los derechos del animal; muchos sobreviven en condiciones de hacinamiento desde que nacen en naves industriales en las que son tratados como objetos. Otros ejemplos serían la realidad de las industrias peleteras o los espectáculos públicos que aún conllevan vejaciones y maltrato animal, tan de actualidad en los últimos meses.

Por otro lado, tenemos la esclavitud ambiental. La diferencia básica entre el ser humano y el resto de animales es su capacidad de adaptar el medio para sobrevivir en él; por el contrario, el resto de especies desarrolla cambios que les permiten adaptarse a las condiciones del medio en el que viven. Es esta diferencia una de las claves de por qué ha llegado nuestra especie a donde ha llegado. Sin embargo, hemos llegado también a un punto en el que la posesión de esa habilidad, junto con el ansia por el beneficio, nos ha llevado a sentirnos que estamos por encima del medio que al fin y al cabo sustenta nuestra existencia. Las deforestaciones masivas en reservas y áreas protegidas que se ejercen impunemente bajo los más diversos pretextos y con el beneplácito de gobiernos inoperantes, la esquilmación de los caladeros pesqueros, la sorprendente negativa de los líderes mundiales a apostar por modelos energéticos limpios son algunos de los ejemplos más conocidos de una lista casi interminable de perjuicios medioambientales que causamos con nuestro hacer irresponsable e inconsciente. Todavía no nos dimos cuenta de que nosotros no podemos vivir sin la Naturaleza. Ella sin nosotros, sí. De hecho, la Naturaleza no está en juego. Sí lo está nuestra presencia aquí.

¿Es posible ser libre en un mundo de esclavos? La esclavitud de los demás ¿no forja también nuestras propias cadenas? Estas preguntas cada vez están más lejos del ámbito puramente filosófico o especulativo y cobran más fuerza desde el momento en que afectan, más que nunca, nuestra vida cotidiana y nuestro futuro. La Masonería tiene un lema, Libertad, Igualdad y Fraternidad, que son tres conceptos inseparables entre sí, ya que cada uno remite necesariamente a los otros dos. Sólo la acción consciente de los pueblos puede evitar que se convierta en un eslogan vacío en un mundo de esclavos, desiguales e insolidarios.

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