El Yak-42
Seis años ya de aquella tragedia, que vuelve a cobrar dolorosa actualidad. Porque era necesario aclarar a cuanto entonces, de forma chapucera y precipitada, se dio carpetazo con la consabida indignación de los familiares de los militares fallecidos, que han conseguido que comparezcan y declaren los forenses turcos, que han dejado las cosas y las personas en su sitio. Esta dolorosa actualidad nos hace volver a insistir sobre una cuestión que ya abordamos en estas columnas de LA NUEVA ESPAÑA, el 30-05-2003, con el título «Doloroso final de una misión». Como entonces, vamos a ser claros y sinceros al exponer lo que, a nuestro entender, fue la verdadera causa de esta tragedia que costó la vida a 62 militares españoles que regresaban de una misión de ayuda humanitaria, en Afganistán; hoy, guerra abierta, traicionera, por parte de los talibanes y sus socios de Al Quaeda.
Para el regreso de nuestros militares, al final de su misión, se contrató, al parecer, un avión ucraniano que no reunía las condiciones para un vuelo tan largo, entre cuyas deficiencias y dudosa seguridad carecía de un depósito de combustible con la capacidad debida para el vuelo de Turquía a España. Por otra parte, los pilotos estaban sometidos a vuelos continuos, sin el descanso debido e impuesto, lo que venía a aumentar más aun el riesgo. Y todo esto se sabía. Lo sabían los militares que regresaban. Y así se lo dijo el teniente coronel que mandaba la misión por teléfono a su esposa, ansioso por el regreso al hogar y preocupado por el vuelo, que no les ofrecía confianza alguna. Por televisión vimos todos este diálogo del militar con su mujer, él desde Turquía, antes de emprender el regreso, que después haría, al igual que todos sus compañeros, en un féretro.
Y uno se pregunta: ¿se pudo evitar esta tragedia, si se hubiera enviado un avión de la Fuerza Aérea Española para traer a nuestros militares? Era lo obligado. Sin embargo, sí hay aviones oficiales para políticos y otros personajes, sin problema alguno, a cualquier lugar de este pajolero mundo. Como, por ejemplo, poner entonces –días antes del accidente del Yakolev-42– un reactor de la Fuerza Aérea a disposición de tres miembros de la Casa Real para trasladarse a París a presenciar la final de un campeonato de tenis. Y para los militares que regresaban de cumplir la misión que en Afganistán se les había encomendado no hubo avión que los devolviera a casa. Por economía, al parecer, se contrató un cacharro ucraniano –no tenía tampoco un sistema de navegación automático– y las consecuencias todos sabemos cuáles fueron. Confusión, prisas, identificaciones equivocadas después cuando hoy se juzga y que acaba de destrozar a las familias de las víctimas, cuyo dolor merece todo nuestro respeto. ¿No se estará utilizando hoy políticamente?
Sí, las víctimas del Yakolev-42 tenían que haber regresado a casa en un avión de las Fuerzas Armadas, porque para eso eran militares en servicio. Pero con estos 62 muertos nadie quiere cargar. Descansen en paz. Y la paz y el consuelo para sus respectivas familias.
Que nunca más un soldado español sea enviado a misiones de paz que, en realidad, lo son de guerra.
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