El baile, olvidado
El fin de semana del 4, 5 y 6 de mayo tuve el privilegio de acudir, acompañando a mi hijo Jesús, de 14 años, a la final nacional en Tarragona del concurso de danza de la organización privada ANAPRODE, que premia la calidad y la técnica, la originalidad, el arte, la belleza del baile, en varias de sus modalidades: ballet clásico y contemporáneo, jazz, danza española, hip hop y fusión, interpretado por chicos de 8 a 25 años, de forma individual, en dúos o en grupos. 640 interpretaciones, más de 1.000 intérpretes. De Asturias acudieron las escuelas Gloria Solís, de Oviedo; M.ª Eugenia, de El Berrón; Mares Danza, de Gijón, y DanzAsturias, de Langreo, que yo sepa, y nuestros talentosos jóvenes obtuvieron primeros, segundos y terceros premios. Fue, como digo, un privilegio acompañarles. Pero sobre todo fue un placer.
Mi queja aquí es por la escasa repercusión en los medios informativos de nuestra región, y sobre todo la falta de apoyo institucional o de patrocinio particular a tal derroche de talento. ¿Me sorprende? Pues no. Vivimos en un tiempo en el que toda la atención y toda la afición se dedican al deporte. Es comprensible, porque es lúdico –bien se practique o se contemple– y, como tal, quitapenas, que bastante lo necesitamos. Pero no es justa la descompensación de fondos que se dedican al deporte por parte de los organismos públicos, por no hablar de la terrible descompensación que existe entre deportes, por ejemplo fútbol comparado con hockey o balonmano, y no a otras actividades, en este caso artísticas, que requieren dotes similares de aptitud y dedicación a las que adornan a los deportistas. Si no más. Desde luego, genera las mismas endorfinas bailar –y ver bailar– y se suda lo mismo que haciendo deporte. Si no más. En conclusión, que el deporte mueve a las masas y mueve millones. ¿Es por eso que acapara tanta atención informativa, o es porque acapara tanta atención informativa que mueve a las masas y mueve millones? No lo sé, pero desde luego lamento que no se disponga de ninguna ayuda económica para favorecer y potenciar la habilidad de nuestros jóvenes pero geniales bailarines. En este caso, toda la carga ha recaído sobre los padres, porque como digo es un concurso promovido por una organización privada. No nos lamentamos de asumir esa carga, ¡en absoluto! Mereció la pena el esfuerzo, porque para ellos fue motivador el poder valorar a la competencia, y un premio suficiente a tantas horas de ensayo. Para ellos ha sido valioso y para nosotros, una enorme satisfacción.
Ya sé que todo el baile no gusta a todo el mundo, y que algunas variedades apenas llegan a una minoría, pero sí la música, a la que acompaña en matrimonio perfecto (ese existe). Por eso, ¿no se podría difundir más?, ¿no es de justicia que reciba más promoción? Os aseguro que es impresionante y emocionante ver a tantos niños (o adolescentes o veinteañeros, da igual) que rozan la perfección, porque hacen algo que se les da bien y les apasiona pero también porque trabajan muchísimo, ejecutando complicadas coreografías con el mismo entusiasmo que si fueran profesionales y encima con expresión feliz. Sobre todo, aquí y ahora, tengo que mencionar a la mejor profesora y coreógrafa: Lucía Colunga. No sólo monta coreografías geniales y enseña a sus alumnos pasos, sincronización y armonía. Además les ha contagiado su pasión por el baile, y les transmite a la perfección el valor del trabajo y el sacrificio, y la importancia y el rigor del trabajo en equipo. El espíritu de camaradería del que hacen gala estas chicas y estos pocos chicos es admirable: no contemplan la opción de fallar al grupo y celebran los triunfos de sus compañeros con tanto entusiasmo como los propios, y todo eso es porque tienen una líder que les inculca esos principios. Gracias, Luchy. Esta experiencia ha sido una pasada, qué queréis que os diga. ¡Ojalá hubiera muchas ocasiones como ésta, y que todo el mundo lo viera! Y seguimos, que el baile no para.
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