A propósito del «Titanic»
Un siglo ha transcurrido desde la infausta madrugada en que el «Titanic», gigante de los mares y orgullo de la flota inglesa, bajó al fondo de los mares llevándose consigo la vida de más de mil quinientas personas. Ríos de tinta han corrido sobre los papeles en torno a aquella enorme tragedia que conmovió al mundo entero en su tiempo y en la que dieron infinidad de casos de notable valor humano y de heroísmo sin límites. Ahora bien, prácticamente no se ha hablado ni escrito sobre la valerosa actuación de tres sacerdotes que viajaban a bordo del desdichado transatlántico y que hasta el final estuvieron ocupados en salvar vidas ajenas, descuidando su propia seguridad. Recordemos al menos sus nombres, que fueron: el padre Jousas Montvila, nacido en Lituania en 1885, quien pereció cuando contaba 27 años de edad. Otro sacerdote se nombraba José Peruschitz, benedictino alemán, el tercero de aquellos beneméritos hombres fue el padre Tomás Byles, cura inglés que viajaba a los Estados Unidos con ánimo de asistir a la boda de su hermano William. Los tres perecieron cumpliendo con su deber sacerdotal prestando auxilio a sus semejantes. Honor y gloria a sus nombres.
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