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Un adiós al espíritu del pueblo, ¡Gracias! al sentido homenaje del mismo

21 de Mayo del 2012 - Pelayo Nuño Huergo (Siero)

En una fecha de histórica relevancia como es el 2 de mayo, el pasado miércoles se despidió en Argüelles de todos nosotros Inocencio Huergo Junquera. Chencho, un hombre de 96 años que reunía todas las virtudes que en estos tiempos que corren parecen ir camino de la extinción: humildad, constancia en el trabajo, simpatía y jocosidad con independencia de las circunstancias, amor por la tierra, sentido común y así un largo etcétera. Inocencio representaba todos esos valores, a menudo olvidados y tildados de antiguos, que son los que dan lugar a la entrañable figura de paisanín de pueblo.

Por diferentes motivos yo, nieto de ese paisanín de pueblo, me he visto en la circunstancia de tener que abandonar mi hogar en él, y reducirlo a estancias vacacionales o fines de semana. Lamentablemente, esa distancia con las gentes y costumbres hace que se haya producido en mí una pérdida de referencias, un olvido pasajero de los procesos y mecanismos del funcionamiento del mundo rural, destacando sobremanera algo que no se vive igual en las grandes ciudades: la importancia del individuo respecto a la comunidad.

No quiero caer en el tópico de cuántas cosas Chencho nos enseñó tanto a mí, como a los que estuvieron a su alrededor. Eso va implícito en el carnet de abuelo. Solo quiero destacar lo que él me intentó enseñar sin tan siquiera proponérselo: ser buena persona. Del comportamiento de Chencho todos estos años, se puede inferir que ser buena persona consiste en algo tan fácil, pero a la vez tan infrecuente, como es tratar de hacer sonreír siempre a todo aquel que te rodee. Nunca he visto enfadado a Chencho salvo porque algún rapacín insolente le pisase lo sembrao mientras seguía sus pasos, atorollándole la cabeza desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche con todo tipo de preguntas (definitivamente, la escolarización de los renacuajos sirve al menos para alargar la vida de nuestros mayores...). Aun así, esos enfados duraban lo que él tardaba en arreglar el estropicio con su fesoria, la misma que no soltó mientras vio aumentar y disminuir la familia a lo largo de tantas y tantas décadas. Bueno, realmente sí la soltó pero tan solo para ir a la iglesia (de la que solía volver alegre), para echar la partidina semanal (de la que a veces ya no volvía tan alegre, sobre todo tras irse su compadre Pepe a reservarle asiento en primera fila donde quiera que estén ahora, seguramente junto con sus parejas de tute del día a día como fueron Elvira y Maruja respectivamente), y para ir al Tartiere a ver a esi Oviedín del alma ya fuese en tiempos de Lángara, Carlos o Michu (pocas alegrías le trajo esto último).

Una muestra de ese carácter de buen paisano es que nunca se produjo una discusión con vecinos, bien por un quítame allá esas lindes o similares. Sin embargo, su figura será recordada por muchos paseantes de la comarca y alrededores que, tentados por los frutos de las plantaciones limítrofes con la carretera, robaban alguno furtivamente a su paso. La respuesta de Chencho ante tal afrenta siempre era una broma con tal mezcla de sátira, ingenio y bondad, que en siguientes encuentros siempre se producían un saludo afectuoso y amistosa conversación previos a ese saqueo implícitamente consentido. Estoy seguro que algún lector que quizás no ubicase a Chencho por su nombre y edad, lo haya reconocido al leer este párrafo, pues más de uno habrá sido objeto de alguna sus ocurrencias.

Me supera comparar mi vida con la de nuestros abuelos, la cual ha sido infinitamente más dura y cruel. Todos ellos han pasado por tragedias inevitables con el paso de los años que les han marcado, como son la pérdida de padres, hermanos, cónyuges e incluso hijos en el peor de los casos. Además, han vivido tragedias mayores, y evitables, como esa guerra enquistada en sus conciencias para el resto de sus vidas. Creo que nosotros, los que estamos aquí, herederos de lo conseguido por / arrebatado a nuestros abuelos a costa de la pesadilla que vivieron, deberíamos ser conscientes de lo que tenemos, y aplicar la doctrina enseñada por ellos del respeto mutuo y el afecto a los demás como modo de vida (se consigue más con una cucharada de miel que con un barril de vinagre, solía decir Chencho). Se lo debemos a nuestros abuelos, ya que ellos, no tuvieron elección.

Estos días las muestras de cariño de todo el pueblo y alrededores hacia la figura de Chencho han sido abrumadoras. Me gustaría agradecer todas ellas, y también las que se produjeron los meses anteriores al triste desenlace en forma de visitas al domicilio, a hospitales, etc. Resulta conmovedor observar como en un momento tan triste, todos los que fueron a presentarle sus últimos respetos no podían pasar el trance sin, de algún modo, recordarlo con una sonrisa que en algunos casos les transportaba a otra época, a otro momento de sus vidas, en los que él puso en práctica la lección de alegrar al prójimo con independencia de las circunstancias.

Doy las gracias a todos en nombre de la familia, y me uno junto a ellos en el recuerdo afectuoso y entrañable a la figura de Chencho, un paisanín de Argüelles.

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