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La Ascensión: sufrimiento y tortura junto al arte y la música

26 de Mayo del 2012 - Lorena Sáez Leonardo (Oviedo)

La pasada fiesta de la Ascensión, en la que muchos disfrutamos con la artesanía, los estupendos productos asturianos y nos deleitamos con la música y los bailes, estuvo amenizada también por un espectáculo grotesco en el que pocos repararon: el espectáculo del sufrimiento. Una tortura expuesta alegremente con la apariencia de inocentes puestos de venta de animales y otras cosas.

Lo mencionado, cuyas pruebas me reservo, fue sólo una pequeña muestra del suplicio que tuvieron que aguantar los animales. En Oviedo, al iniciar la marcha por la feria, todo era motivo de celebración: buenos quesos, embutidos, exposiciones, gaitas, etcétera, pero al entrar en el pabellón de los animales exóticos la cosa cambiaba. La gente agitando las jaulas, metiendo las manos, gritando, festejando el susto de los pobres pájaros y demás especies, a pesar de los carteles que advertían de la prohibición de tales actos. Hasta ahí, a pesar de la conducta denigrante de algunos, todo se podría calificar de normal. Si entendemos por normal disfrutar aterrorizando a seres enjaulados e indefensos. Tampoco voy a describir la clase de barro que estaban bebiendo unos pobres patos colocados en un simulacro de parque, sin comida a la vista, ni los corderitos hacinados en un cercado, mientras el público se echaba encima, manoseaba, arrojaba balas de hierba, etcétera. Lo realmente increíble, en una ciudad de la categoría de Oviedo, fue el estado en que algunos de los puestos de venta de animales, situados casi al final de la feria, ofrecían sus productos. Allí, apilados, en unas jaulas mínimas, sin posibilidad de movimiento, tumbados unos encima de otros o sobre sus propios excrementos, con un cuenco de agua sucia y un poco de pienso, se pasaron las horas, una detrás de otra, unos pobres conejos. Y, por si no fuese suficiente tortura, estuvieron expuestos a las caricias y gracias de quien tuviese el capricho de meter la mano, bajo la complaciente mirada de unos vendedores de bata blanca que los ofrecían al módico precio de 20 euros.

Del estado de las aves, como es el caso de las gallinas o unas ocas que se pasaron el día tumbadas en la jaula, porque no tenían espacio para moverse, ya ni hablamos, que parece que el hecho de ser aves lleva consigo la aceptación del sufrimiento.

Otro caso fue la feria de Llanera, mejor este año que los anteriores, eso si pasamos por alto la escasez de alimento, de espacio, el largo de la cuerda con la que permanecieron las horas atados los cuadrúpedos, o la convivencia con sus propios excrementos que los pobres soportaron. Pero ha mejorado los carteles informativos y de prohibición, un paso importante.

Estamos en el siglo XXI, vivimos en un lugar privilegiado y tanto la fiesta como la feria de la Ascensión son tradiciones que debemos conservar, pero de una forma digna para todos, porque ¿cómo llamarían ustedes al hecho de que alguien cogiese a uno de sus hijos o congéneres, lo metiese en una jaula, sin movilidad, en la que tuviese que defecar, con escaso alimento, agua sucia y expuesto a las miradas, caricias, pellizcos y gritos de una multitud? Eso sólo tiene un nombre: tortura.

Los animales no son objetos, son seres vivos. Cómo los tratamos nos define. Nuestras fiestas no pueden ni deben ser su sufrimiento.

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