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Gertrudis maestra de la felicidad

15 de Junio del 2012 - José Antonio Flórez Lozano

Gertrudis, una persona mayor sin una especial cultura, ha desarrollado habilidades terapéuticas necesarias para alcanzar y disfrutar de la felicidad. En nuestra conversación informal, sugiere Gertrudis: necesitamos con urgencia detener nuestra carrera contrarreloj y tomarnos el tiempo necesario para meditar viendo atardecer, escuchando por la mañana el canto de los pájaros, contemplando la monumentalidad de las montañas y los océanos infinitos. Gertrudis, disfruta simplemente una tarde en su prado; dice que huele a tierra seca y, a partir de ahí, se remonta a una infancia veraniega, campestre y feliz; gracias a su delicado olfato, mantiene un gusto exquisito y una especial sensibilidad. Se encuentra a gusto a la sombra de un árbol, en la mesa de un café, en el bullicio del mercado o en la fresca penumbra de una vieja iglesia. Disfruto de todos los lugares que he soñado, leído, paseado o amado. Me gusta perderme, fatigarme, dar vueltas, entrar en las iglesias que me salen al paso, admirar el color del paisaje y escuchar la música de las conversaciones. Me gusta hacer recuento de todo lo que he visto y todo lo que cada día me regala, por el simple hecho de estar viva y, por ello, decir simplemente gracias, gracias a la vida. Gertrudis, valora el esfuerzo, el humor y la grandeza del espíritu. Curiosamente, siempre destacó por su fuerza interior, no por su belleza; en estos momentos, después de muchos duelos unidos a la edad, siente lo que de verdad la llena en la vida. Gertrudis ha sido capaz de ver la cara amable de la soledad, disfrutando de auténticos estados de bienestar interior. Se siente bien consigo misma y, precisamente, ésa es la clave para vivir bien en soledad y no sentirse vacía y triste. Dice Gertrudis: «Hay que sacar la suficiente fortaleza para pasar esos baches inevitables que nos trae la vida, nuestra propia existencia». Como cualquier persona, se debate entre la ilusión y la desesperanza, en ese giro interminable de la rueda de la vida; pero siempre triunfa la ilusión y, por supuesto, la esperanza. Gertrudis también ha aprendido a disfrutar en soledad. También me comenta que las arrugas son bellas y se adhieren a nuestra sabiduría. Frente a todo ello, actúa con una energía inagotable y con dedicación a su familia, a sus tareas o trabajos; todo lo hace de manera intensa. Tal vez, ahí, en la sabiduría y en la experiencia de la vida, encontremos definitivamente el camino de la felicidad.

No obstante, hay personas con una percepción más bien oscura; es como si su propio hogar tuviera las persianas medio bajadas, con predominio, como es lógico, de la penumbra y la oscuridad. La persona feliz tiene que abrir totalmente las persianas y disfrutar plenamente de la luz y de la claridad. Entre otras cosas, porque mejora el estado anímico. Su amiga Esperanza, de 89 años, acaba de visitar la Sagrada Familia. Y al contemplar sus vitrales de claridad cromática múltiple dice haber experimentado una sensación de enorme felicidad; un ambiente que parece tener vida propia y que nos invita a disfrutar de la sinfonía de los colores, dice Esperanza.

En Gertrudis, como en Esperanza y en tantas personas felices, aflora lo mejor de sí misma, disfruta de la felicidad de los demás, vive cada instante plenamente sin anclarse pesadamente en el pasado. Viene sencillamente a decir que la felicidad está en cada uno de nosotros, depende de uno mismo. Son personas que viven plenamente la vida, aceptándola tal como se presenta y, especialmente, viven el momento presente. Movilizan toda su energía y son conscientes de todo lo que hacen; quieren vivir plenamente desde la felicidad. Su vida la han convertido en un continuo manantial de felicidad. ¿Y lo han conseguido!

Esperanza, sin duda, contemplando el templo, ha sentido una profunda emoción de felicidad, propia de tanta magia lumínica; una emoción incomparable mezcla de una sinfonía lumínica y acústica, producida esta última, por los tubos del órgano de la Sagrada Familia. Esperanza siente, reacciona, admira, disfruta y se deleita con esa obra maestra de Antonio Gaudí. Por lo tanto, vivir con intensidad de vida es clave para alcanzar la felicidad. Pero hay que crearla y disfrutarla, día a día, minuto a minutos, instante a instante; podemos descansar, pero no apartarnos del camino que hemos elegido, el camino de la felicidad, el más difícil, el que implica más renuncias y más esfuerzo. A. Schopenhauer (1788-1860), el gran filósofo alemán, decía: «no tenemos derecho a recibir felicidad, sin crearla, para disfrutarla como un reino».

Y no es solamente percibir, sino sentir, valorar todo lo que tenemos, especialmente la vida y alejarse de planteamientos puramente materialistas, que son tóxicos para nuestra salud. Es necesario centrarse, cada vez más, en pequeñas cosas (¡Hoy ha amanecido! ¡Me he quedado absorto con el trino de ese jilguero! H. Heine (1797-1856), poeta alemán, manifestó, con total acierto: «El hombre común debe tener algo sencillo por lo que se sienta feliz, y debe sentirse en su sencillez». En fin, si quieres vivir más y mejor, tienes que controlar tus reacciones violentas y, sobre todo, no te dejes arrastrar por los problemas cotidianos. En último término, una actitud positiva y optimista ante la vida nos proporciona mayor felicidad en la vejez, que el propio estado objetivo de salud.

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