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El cristal con que se mira y no se ve

28 de Mayo del 2012 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Todo parece indicar que el mapa del camino por el que discurre el mundo es inadecuado, y que hasta el propio mapa del conocimiento se ha vuelto irreal. El mundo académico, donde los mejores encajan perfectamente, se retroalimenta a si mismo y, desde ese su hueco, comprenden y entienden muy bien los mapas del conocimiento; incluso elaboran mapas para interpretar correctamente los mapas. Viven en un exterior simbólico pletórico de representaciones fuera de otras realidades, alejados del territorio en el que vive el resto de las personas. Curiosamente, la transacción de ignorancia mutua entre estos mundos es recíproca, pues las personas emprendedoras y trabajadoras a menudo desprecian los mapas del conocimiento: esos símbolos con los que deberían interpretar la realidad en la que se mueven. Urge por tanto una hibridación. Pero los que toman las decisiones: políticos y altos cargos de la Administración, muchas veces surgen directamente del mundo académico sin pasar por la realidad del mundo perceptible: un mundo en busca de un bienestar tangible para personas llenas de situaciones reales que no necesitan ningún mapa para saber que el mundo ni funciona ni progresa adecuadamente. Ese es el verdadero mal: la lejanía tanto de académicos y políticos, como de empresarios y sindicatos, de la realidad de las personas en busca de su bienestar. Han convertido en vacas sagradas a símbolos como el beneficio (ganar dinero) o la eficacia (ganar votos) y acaban estableciendo el cristal con que debemos mirar la realidad. Pero tal parece que, hartos de mirar, no vemos mucho. No ponemos a las personas en el centro de todo, y no se las ve de puro transparentes y translucidas que se han vuelto con su malestar. Bien nos lo recordaba el cardenal primado de Munich, Reinhard Marx: «La economía de mercado presupone una moral», pero ya mucho antes lo cantaba Woody Guthrie en «Esta tierra es tu tierra», compartiendo su música con vagabundos en vagones vacíos, mientras oían de acompañamiento pasar el mundo en un traqueteo sin fin.

Si no cambiamos el símbolo del beneficio por el más real del bienestar, y el símbolo de la competitividad por el más eficaz de la colaboración; si no cambiamos la esclavitud de fichar por horas nuestro alquiler, por la libre actividad vocacional sujeta a la responsabilidad del propio trabajo (apreciado y compartido); si no cambiamos esa ansia de poder para dominar a otro, por el poder de hacer cosas para otro; si no aprendemos a compartir lo que hacemos y a agradecer lo que los demás hacen; si no alcanzamos la confianza en un mundo mejor... Acabaremos solos en la cúspide triunfal de nuestras mentiras viviendo, en tiempos fichados y cumplidos, engañosas realidades de zombi. No, no se trata de ir contra nada o de cambiar instituciones, sino de que esas instituciones hagan para lo que fueron creadas. Imagínense lo que dirían de Papas y obispos la izquierda irreductible al escuchar lo que se dice en los catecismos: «Si lo compartimos todo, alcanzará para todos». Pero la dominación y el control, el poder de violentar a las personas, acaba siendo un fin. Lo que no se puede consentir es que máquinas o personas con conducta y visión de máquinas, tomen el control hasta el punto de tener que escuchar: «No te lo puedo hacer porque no me deja el ordenador» o que alguien pueda llegar a decirte: «¡Ah, no sé! Entiéndete tú con el reloj»: un reloj digital en el que debes colocar tu dígito, al llegar y al marchar. Eso es lo que está ocurriendo: controlamos el «no trabajo» y la «no actividad», y por eso somos grandes expertos en crisis y tenemos grandes porcentajes de desempleados. Ni trabajo ni actividad nos interesan: sólo entelequias y similares jerigonzas burocráticas. «Fichar a tiempo» acaba convirtiéndose en la actividad más importante para todos: empleados y desempleados. Porque despistarse con cualquier otra ocupación, u orientarse hacia otra verdad, es muy peligroso. «Compartieron al final de una jornada agotadora y en descampado, cinco panes y dos peces, y alcanzó para todos, y aún sobró más».

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