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168 años de la Guardia Civil española

28 de Mayo del 2012 - Julián Ruiz-Cantabrana Diez (Oviedo)

El día 13 de mayo de este año 2012 se cumplieron 168 años de la firma por Isabel II del real decreto que fijaba las bases para la creación del cuerpo de la Guardia Civil española.

Ante esta fecha, quiero homenajear, haciendo una serie de reflexiones sobre este cuerpo policial español, al que considero en muchos aspectos desconocido de la sociedad española. Especialmente es desconocida la Guardia Civil en los niveles más bajos, bajos de categoría profesional, pero muy alto en rendimiento y actividad, en los niveles que ejecutaban los servicios, los que tenían el contacto con el pueblo, los que denunciaban las infracciones, los que vigilaban los campos y las industrias, los que tenían trato directo con la gente, con los cazadores, con los pescadores, con los cortijeros, los habitantes de los caseríos y caserías, con las autoridades de las localidades pequeñas... en suma, lo que para el pueblo llano eran los guardias civiles, pues eran a quienes conocían, a quienes se quejaban, con quienes celebrada la patrona el día del Pilar y con quienes tenían contacto directo.

Esta parte de la Guardia Civil, que podemos resumir diciendo que eran los componentes de los puestos, unidades desperdigadas por todo el territorio español, compuestos por un número reducido de agentes que prestaban servicio por «parejas», que eran parte integrante del «ambiente», formaban parte de la sociedad local como algo intrínseco, algo normal.

A esta Guardia Civil, que existió durante muchos años, la que conozco muy bien por haberlo vivido en la persona de mi padre y en la mía, y que considero la gran desconocida, quiero rendirle un sencillo pero profundo homenaje haciendo constar los sacrificios, la entrega, las penurias pasadas, el orgullo, y la satisfacción del deber cumplido, de personas muchas procedentes del «pueblo», «del campo», de extracción humilde, pero de familias íntegras, lo que se tenía y tiene por buena gente, sin grandes conocimientos, pero con ansias de aprender y poder ser útil a la sociedad.

Pues bien, para estos compañeros, en su servicio cotidiano en los «puestos», eran habituales estas condiciones que expongo y que llevaban a cabo con normalidad:

Estaban a disposición del servicio las veinticuatro horas del día.

No podían vestir de paisano, estaba prohibido, siempre de uniforme. Yo personalmente no conocí a mi padre «de paisano», hasta que tuve 21 años y ya era también guardia civil.

Para muchos pasaban los años sin tener un día de permiso. Unas veces –que eran muchas– porque el servicio no lo permitía, y otras porque estaba prohibido disfrutarlo en la localidad en la que se estaba destinado y no había medios económicos para desplazamientos. Personalmente no tengo conciencia de haber disfrutado algún día de permiso con mi padre.

El servicio era diario, no había día de descanso. Esta palabra «descanso» no se usaba en el argot profesional. Lo más parecido era asignarte como servicio «de oficio y cuartel» y su misión era estar a disposición del comandante de puesto: hacer alguna diligencia, llevar alguna notificación, recoger el correo, relevar al «guardia de puertas» para comer y cenar, etcétera.

Durante muchos años, había servicios de 2, y hasta de 4 y 8 días seguidos, recorriendo la demarcación del puesto, que tenía varios concejos o municipios, y había que presentarse en los distintos puntos que figuraban en una papeleta que se entregaba a la «pareja» cuando se les asignaba el servicio, y en esos puntos tenían que recabar la firma de las autoridades y personalidad del lugar. Estas firmas podían ser comprobadas posteriormente por los superiores y de suyo lo eran con frecuencia.

Todos los días debían presentarse en la oficina del puesto a la hora designada (normalmente tarde-noche) donde el comandante de puesto, «nombraba» el servicio de cada uno para el día siguiente y entregaba la «papeleta» donde se indicaba el recorrido.

La mayoría de días, a la hora señalada como habitual, el personal del puesto que estaba libre de servicio (por tenerlo a otras horas) debía asistir a la «academia diaria», que obligatoriamente tenía lugar, donde se repasaban las leyes, códigos y normas más habituales, problemas de la demarcación, etcétera, incluso «cultura general». Todo ello dirigido por el comandante del puesto.

Cada guardia debía confeccionar cada quince días un oficio dando cuenta a la autoridad que correspondiese de la intervención en un hecho delictivo ficticio, que se le asignaba normalmente durante las academias diarias. Este «parte» debía figurar en una libreta que cada uno tenía al efecto y que era posteriormente revisada por los superiores dándole el «visto bueno» a la supuesta actuación o recomendándole los pasos que debía haber dado; también se corregían las faltas de ortografía si las había, mala redacción o falta de pulcritud en el escrito.

Todos los meses, cada guardia debía confeccionar asimismo un «atestado» o «acta» dando cuenta al Juzgado de las diligencias llevada a cabo sobre un hecho delictivo ficticio, «un caso práctico» que se le indicaba: declaraciones tomadas, testigos, registros efectuados, detenciones, intervenciones, etcétera. Estos atestados eran igualmente supervisados por los superiores.

Había una auténtica «instrucción continuada», lo que en los últimos años se ha venido en llamar la «educación continua» (en la Guardia Civil esto se llevaba a cabo desde siempre, tengo ejemplos de «casos prácticos» sobre hechos ficticios, de mucho antes de nuestra guerra civil). Esto propiciaba que todos los componentes de la Guardia Civil, ¡todos!, supiesen con cierta destreza salir airosos al dar comunicados a las autoridades sobre hechos ocurridos, intervenir ante un acontecimiento delictivo, levantar el correspondiente atestado con las diligencias, intervenciones, detenciones, calificación provisional del hecho delictivo, etcétera y entregarlo en el Juzgado correspondiente. Ésta es nuestra Guardia Civil, y todo ello se llevaba a cabo sin «dietas», pago de horas extras, recompensas dinerarias, etcétera. Era normal.

A estos compañeros de la Guardia Civil es a los que quiero rendir mi homenaje, muchos de los cuales forman parte ahora de la Asociación de Veteranos «La Pilarica» que me honro en presidir y otros tenemos también evidencias a través del recuerdo de nuestros padres o familiares, que pertenecieron al Benemérito Instituto y son los que cumplieron más estrictamente las normas indicadas anteriormente. ¡Ah! y no recuerdo que mi progenitor estuviese amargado por el mucho servicio, y sí, en cambio, tengo recuerdos de momentos de satisfacción ante servicios o intervenciones en las que participó, y que propiciaron algún beneficio a la sociedad. A esta Guardia Civil quiero dedicarle mi recuerdo y homenaje.

Julián Ruiz-Cantabrana Díez, capitán retirado de la Guardia Civil, presidente de la Asociación Cultural y Recreativa de Veteranos de la Guardia Civil «La Pilarica», Oviedo.

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