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Carta a dos sandinistas «nicas»...

1 de Junio del 2012 - Heradio González Cano (Oviedo)

Dos buenas personas amigas, el poeta Coppen y Rivi, estando en la inauguración de «Libroviedo», me animaron a que escribiera algo sobre el comandante de la Revolución Sandinista nicaragüense Tomás Borge Martínez, que falleciera de un derrame cerebral el pasado primero de mayo en Managua, poniendo de luto no solo a la capital y resto de la nación, sino de manera principal a Matagalpa, su terruño querido, que lo vio nacer y donde años más tarde, siendo aún casi adolescente, junto con Carlos Fonseca, en sus montañas iniciaron la histórica revolución... También, que narrara algún pasaje de la vida y obra del sacerdote trapense Ernesto Cardenal, a quien le había sido otorgado el XXI Premio «Reina Sofía» de poesía iberoamericana, en Madrid... Tanto del uno como del otro mucho se podría escribir; personalmente, sobre todo, de sus grandes virtudes y defectos, de sus nobles y a veces oscuras acciones dentro de un régimen surgido tras una sangrienta revolución... Revolución entre hermanos, de lo que saben mucho los descendientes de aquéllos que hicieron la española y tristemente célebre guerra civil, que, ojalá, con los tiempos actuales que corren de muchas necesidades materiales y espirituales, quiera Dios no se vuelva a repetir, ese Dios «comunista y cristiano» del que predica Cardenal...

Pensando en Tomás, qué podemos decir. Para disculpar su conducta a veces «temible», nos basta leer «Desde las mazmorras somocistas (enero de 1977)», donde las torturas por él sufridas por su soberano ideal de justicia y libertad, una vez llegado a ser ministro del Interior, fuera su venganza total contra quienes lo pretendieran callar y matar... Lo que algo semejante, aunque en otros aspectos, le pasara al cura Cardenal, improvisado ministro de Cultura que apoyara plenamente (lamentándolo después) al triunfante Frente Sandinista de Liberación, por lo que justa o injustamente lo reprendiera el Papa en su visita a Nicaragua, cuya imagen de tal momento se hiciera insospechadamente internacional. Su libro «La revolución perdida» nos muestra históricas relaciones, muchas de ellas opacas, como las que aparecen un jueves 10 de noviembre de 1994 en «El Mundo»..., en que se «alegrara por los mártires dichosos, que murieron antes de saber lo que pasaría con el sandinismo», donde inculpa a Daniel Ortega, su antiguo amigo y compañero comandante, como destructor de la revolución; destrucción de la que por muchos años el mismo denunciante era responsable sin más... Mas, dejémoslo así por hoy. Aunque no cabe duda que el de Solentiname, isla paradisíaca situada en el Gran Lago Cocibolca, tan grande como Asturias provincial, es un excepcional poeta, como lo fue también Tomás, de la tierra de Darío, quien, si viviera, no dudaría en llegarles a aplaudir.

En un empobrecido mercado de la ciudad matagalpense, que destruyeran las bombas de los aviones somocistas, crecimos casi desde la niñez servidor y Tomás. Su querida madre, doña Anita, junto con la mía, Atanasia, tenían tramos y puestos de verduras, como los del Fontán, donde desde muy de mañana hasta casi de noche solían amistosamente al público vender... De su amistad, como de la mía con Tomás, hay mucho que escribir... Fuimos muy amigos en la niñez, y «enemigos» en la vejez, por razones políticas que no debieron ser; conservando, no obstante, posteriormente, una estimable relación; por eso, después de 20 años de ausencia, viviendo en el exilio, hace 13 en la capital, inesperadamente, nos volvimos a encontrar, dándonos un fuerte abrazo, como si nada hubiera de pasar... Encontrándome también con mi apreciado profesor del Colegio San Juan Bosco de Granada, cuando aún no había tomado hábitos sacerdotales, el cardenal Miguel Obando y Bravo, que fuera en su día el gestor principal para que los guerrilleros y la Guardia Somocista (GN) firmaran la paz... Por ello, tras inolvidables encuentros, estos sentidos versos les dediqué (páginas 120-121 de mis «Palpitaciones poética s»…), donde se podrán leer.

«Rápido encuentro... (En dos días solamente): En dos días, dos abrazos, / uno al cardenal de Nicaragua, / hombre de paz, / corazón todo, / discípulo aplicado / de don Bosco; / y el otro, / a un comandante guerrillero... / Miguel y Tomás / se llaman ellos, / que en mi pecho / de viajero, / tras de un largo destierro, / inesperadamente, / en amor fraternal / se confundieron. / Con gran cariño / me recibió el primero, / como si fuera / aún alumno / en el colegio, / tras una misa pontifical / oficiada solemnemente / con humildad y esmero... / Todo un humilde / campesino / por Jesucristo, misionero. / Y el militar: / tras vernos, / con su mirar profundo / y faz ajada, / como de dormir mal... / Nos abrazamos. / Obsequiándome / después sus versos: / “La ceremonia esperada”. / Allí retratábase él: / “Solo como / un candelabro...” / Y otro, de cuando / estuvo prisionero: / “Nicaragua / desde mi celda / te amo / volcán / tinaja quebrada...” / Su figura / en un despacho / reducido, / sin nada de lujos, / donde se alzaba / una pequeña bandera / rojo-negra / del FSLN. / Caminaba / dando cortos pasos, / como recitando / las escritas estrofas... / “las locuras” / del poder militar / midiendo... / ¡Pobre Tomás! / De ayeres, infantiles / juegos en el río / que abraza / a Matagalpa, / o el Parque Morazán, / Cerro El Calvario / y nuestro Mercado / viejo destruido / para siempre / en bombardeos. / A mi derecha, un santo, / pero a mi izquierda / el “Diablo” de escopeta / y versos... / Dime, Dios mío, / por favor, / ¿Qué hacer, / si de pasajes bíblicos / son ellos?... / –Calma. Nada. / Si son nicaragüenses, / con virtudes y defectos, / perdonar y abrazaros»»... ¡Amén!

Heradio González Cano, abogado, poeta y escritor nicaragüense

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