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Pensar como griegos, luchar como troyanos, morir como romanos

9 de Junio del 2012 - Juan Pablo Somiedo García (Oviedo)

Vivimos en España una profunda crisis económica, pero también moral y social. Los pilares que durante años habían sostenido una convivencia pacífica y estable amenazan con derrumbarse a cada nuevo envite de nuestra prima, la prima de riesgo. Hemos sido víctimas de la incansable avaricia de unos bancos que otrora se enriquecieron a nuestra costa y ahora exigen que les saquemos las castañas del fuego, también a nuestra costa (cosa que, de paso, nos vemos obligados a hacer para que los mercados no terminen por darnos la puntilla). Para más inri (y crucifixión ciudadana) el señor MAFO no cumplió con su deber de dirigir el Banco Central de España como un verdadero mecanismo de control, toda vez que era la única función importante que tenía después de que dejará de emitir moneda. Escondió conscientemente una verdad que era negada sistemáticamente desde el Gobierno. No había crisis, teníamos el mejor sistema financiero del mundo y se comenzaban a ver los brotes verdes de la recuperación. Los ciudadanos nos preguntamos si ese señor y otros como él se van a ir de rositas, si aún podemos confiar en el sistema judicial o si simplemente sólo se aplica la estricta ley a los pobres ciudadanos de a pie (nunca mejor dicho, con el precio que están alcanzando los carburantes).

Pero esto explica sólo una parte de la responsabilidad de la actual situación. Otra parte de responsabilidad la tenemos los propios ciudadanos, que nos hemos convertido en avariciosos y egoístas, olvidando las raíces de dónde venimos y los valores que siempre han sustentado nuestra preciosa tierra. El político que ofrece ERE a sus amigos es culpable, pero también lo son aquellos que aceptaron cosas así cuando sabían que era un estafa al Estado español, a su tierra y a sus paisanos. Lo último que debiera perder un español es el honor y la honradez.

Si hubiésemos pensado como lo hacían los griegos (los antiguos filósofos griegos, se entiende, porque los modernos parece que han arrinconado esta actividad hace tiempo) a la hora de elegir en las urnas, la situación actual seguramente no sería tan mala. Pero el pueblo, que es soberano, quiso elegir con sus votos a un tal Zapatero, abogadillo de provincias venido a más sobre cadáveres exquisitos de verdades perennes. Este personaje, junto con un equipo de gobierno donde la calidad, la inteligencia y la preparación brillaban por su ausencia, pero que era paritario (ya se sabe lo que se dice de las reuniones, que joden mucho, pero no paren nada) sin parir nada o, mejor dicho, «parturient montes, nascetur ridiculus mus».

Ahora sólo nos queda luchar con inteligencia como lo hacían los troyanos. Y eso pasa, ineludiblemente, por estar unidos y tomar conciencia que España necesita urgentemente cambios sistémicos y estructurales. Los recientes pitidos en el partido de Copa son la triste comprobación de hasta qué punto se les ha dado alas a unos nacionalismos rancios y anacrónicos que amenazan con fracturar la unidad del pueblo español y que encima le ponen los cuernos a un señor muy mayor, que es el castellano. Los nacionalismos de uno u otro signo sólo pueden serlo a costa de un enemigo, en este caso España, pero ahora no les va a quedar más remedio que dormir con su enemigo si no quieren que los mercados los violen con alevosía y nocturnidad.

Por último debemos ser conscientes que en esta batalla económica, muchos han caído ya, pero otros caeremos más adelante. Les haríamos un flaco favor si, después de todo, no exigimos que se depuren responsabilidades al más alto nivel, que los responsables acaben con sus huesos, primero en los tribunales y después en la cárcel no sólo por el pecado de avaricia, sino por el de traición al pueblo y a su patria. Sólo así vislumbraremos un futuro mejor para las generaciones que vienen detrás y podremos decir con orgullo que, pese a las dificultades, intentamos construir un país mejor. ¡Alea jacta est!

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