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Elogio de la mesura

11 de Junio del 2012 - José María Pérez Rodríguez

El pasado sábado asistí, entre curioso y expectante, al acto de la toma de posesión del nuevo presidente del Consejo de Gobierno del Principado de Asturias, pues me habían asegurado que podía haber sorpresas. En absoluto: en 50 minutos escasos, y con el ritual de rigor, se celebró la ceremonia sencilla, solemne y tradicional.

Leído el decreto del nombramiento y prometido el juramento por el presidente electo, se iniciaron los discursos. El presidente saliente manifestó que se va con la «tranquilidad personal del deber cumplido...», «que no se puede cambiar de destino sin cambiar antes de camino...», «que otra Asturias es posible...» y que «al igual que cuando tomó posesión de su cargo hace diez meses, en las manos de todos está convertir en realidad el sueño de una Asturias mejor...», asegurando que «a eso se dedicará como un diputado más que pone su cabeza en España y en el mundo, que mantiene su corazón en Asturias y que tiene los pies en el suelo», entre otras muy medidas y expresivas frases.

No citó –tan de su gusto como es– a Jovellanos, pero se lo citaron los otros tres intervinientes. Sí acudió a Séneca –al igual que lo hizo en el homenaje que se le tributó el 20 de enero de 1999 con motivo de la entrega del premio «Ovetense del año», con un discurso titulado «Elogio de la decencia»–, cuando expresó: «Creo que fue Séneca quien dijo que lo que las leyes no prohíben puede prohibirlo la honestidad. De eso se trata, precisamente: qué prohíbe y qué permite la honestidad. La democracia es un sistema de opinión pública con tres actores en la colectividad: el generador de la acción, el comunicador o transmisor y la sociedad, cuyos miembros, en la medida en que son receptores de información y se expresan libremente, conforman la opinión pública».

Tras casi dos años de trabajo intenso, entusiasta, esperanzador, ilusionante, en relación con el estado de cosas que en Asturias se venían sucediendo, que tal parecía un barco que, desarbolado en medio de la tempestad y con una oficialidad inepta que amenazaba el inevitable hundimiento, con una oposición política complaciente y conformista, un grupo de posibles expertos en navegación, alguno muy cualificado, se ofreció a pilotar la nave y llevarla a buen puerto, aunque, eso sí, a costa de esfuerzos y sacrificios por parte de la tripulación. Y nace una nueva formación política y gana por amplia mayoría las elecciones del 22 de mayo de 2011 . Y con este esperado aunque raquítico triunfo, y sin apenas disfrutar de lo que los estrategas militares denominan «la explotación del éxito»... comienzan las desmesuras en la nueva y flamante formación política. Y que cada lector entienda por «desmesura» lo que le plazca.

Desmesura fue el planteamiento de la composición de la nueva Junta General del Principado, que acabó, para el partido ganador de las elecciones, con dos puestos secundarios en la misma. Desmesura fue la interminable ronda de negociaciones y falta de cintura política para lograr una investidura acorde con los deseos de la voluntad popular reflejados en los resultados de las urnas. Desmesura fue la composición de un equipo de gobierno en el que abundaban la mediocridad y la inexperiencia y, en ocasiones, la impertinencia. Desmesura fue el empeño de presentar candidaturas propias en las circunscripciones de Asturias y ¡Madrid! en las elecciones generales del 20-N, cuando ya el desgaste del partido era evidente y la sensación de frustración se palpaba en la calle. Y para remate, y sin agotar el catálogo, la desmesura, por muy justificada que estuviera la «imposibilidad de gobernar» en un Parlamento con 16 diputados de un total de 45, de la convocatoria anticipada de elecciones, vistos los resultados del 20-N y la deriva político-económico-administrativa de la comunidad autónoma durante diez meses de Gobierno... Y llegó el 25-M. Desde el 26 de mayo pasado hacia atrás, ya todo es historia. Aristóteles le atribuye a Agatón de Macedonia, que vivió en el siglo IV antes de Cristo, la siguiente sentencia: «Ni siquiera Dios puede cambiar el pasado».

Ha de reconocerse sin ambages que la de «político», siendo una nobilísima actividad como lo debiera ser, no goza del predicamento que merece, puesto que, como es sabido, en no pocos países es la más desprestigiada de las «profesiones». Algunos creen que el político –los políticos– son personajes aprovechados, interesados, hipócritas, que prometen más de lo que pueden cumplir, que usan la retórica para engañar al electorado, que son propicios a la corrupción y al engaño... Jamás he creído que el partido del presidente saliente alojara en su seno personajes con esta concepción de la política, aunque la verdad es que de todo esto hay en la vida política real, pero, eludiendo el ámbito de la utopía y de la perfección absolutas, que no son de este mundo, en la actividad política, como en cualquiera otra, los hombres y las mujeres actúan como en el resto de la vida, con sus virtudes y con sus defectos. Político es el que hace de la política, del juego del poder y de la administración pública, su dedicación principal o incluso única; y ello, independientemente de sus éxitos o de sus fracasos, de sus momentos de clarividencia o de estupidez, de sus «ocurrencias» o de sus aciertos, de sus deseos de altura moral o de sus debilidades ante la tentación...

Es obvio que el político desea triunfar, por convicción en sus propias ideas y propuestas, y también por un legítimo orgullo de ser el mejor, al servicio del pueblo; ello supone también la posibilidad de fracasar y de aceptarlo definitiva y patrióticamente. Los políticos, incluso los que se tienen por «animales políticos de raza», no son «pastores divinos» que bajan del cielo para gobernar a los hombres, como ya señaló Platón; un hombre «que es poco más fuerte que otro» ha de gobernar a otros; unos pocos, a la gran mayoría, según Hobbes. Ésta es la realidad y ésta es la esencia de la democracia, y asentado y aceptado el sistema, hay que actuar dentro de él, con todas las consecuencias.

Los seres humanos somos como somos, es decir, imperfectos, y toda realidad política incluye inexcusablemente la negociación, el acuerdo, el sacrificio incluso de algo importante para lograr otra cosa más importante y urgente, la cesión y hasta el desasistimiento de lo que se puede considerar «tabú», siendo conscientes de que hay límites racionales y éticos a los que no se puede renunciar, que hay «líneas rojas» que no se pueden traspasar. El fin no puede justificar los medios, y éste es el terreno real, difícil y resbaladizo de la acción política: no, pues, a la desmesura. Sí a la tolerancia y a la grandeza de espíritu.

Con independencia de las dificultades de la época de cambios sociales en un número, en una radicalidad y a una velocidad sin precedentes en la historia, se ha perdido una oportunidad de cambio político en Asturias posiblemente irrepetible. Pongamos, como el presidente saliente, nuestro corazón en ayuno, siguiendo el sabio consejo de Confucio, para enfrentarnos a lo que ha de venir, y en la cabeza la confianza de que el ayuno dure estrictamente lo que queda de legislatura.

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