Del lloro a la sonrisa
A veces en la vida nos toca capear con épocas tormentosas; como si los malvados hados del destino conjuraran contra ti y apostados en tu puerta esperaran la salida para saltar sobre ti al ataque. Tú que no eres tonta y los has visto venir, acudes entonces a esos depósitos de coraje y dignidad que guardamos para tiempos difíciles algunas mujeres previsoras... y armándote de valor sales al exterior –no queda otra–. Es entonces cuando estos maléficos seres se abalanzan sobre una, y tú blandes el florete como D’Artagnan pero sin los mosqueteros, y te defiendes con denuedo en una lucha desigual. Al final, maltrecha y vencida, acudes a solicitar los primeros auxilios al servicio de urgencias de Puerta la Villa, ahí te ponen unas tiritas y te recetan unas píldoras para mejor pasar el trago; pero la cosa empeora, los huesos rotos y las heridas duelen demasiado, y decides ir el sábado, día 5, por la mañana, a urgencias del Hospital de Cabueñes: es ahí y en unas pocas horas, entre placas, explicaciones y vías, con profesionalidad, eficacia y afecto, donde te dejan no sólo el cuerpo, sino también el alma recompuesta.
Es difícil expresar en unas pocas líneas el buen hacer de todo el personal de traumatología, enfermeras, auxiliares y celadores orquestados por la magnífica doctora María Solís, la cual en un momento dado se apoyó en la barandilla de mi cama y como si de una entrañable amiga se tratara, me tranquilizó y me regaló unas palabras que atesoraré siempre. Abrí los ojos y vi la sonrisa de mi madre y mi hermana y todo fue a mejor.
Gracias a todos por vuestra maravillosa labor, y por saber que dentro del cuerpo maltrecho hay, además, un corazón encogido y asustado y al que vosotros le lucisteis la caricia del bienestar, y es que en aquella cara que entró con lágrimas, en unas pocas horas había pintada el inicio de una sonrisa.
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