Indignados y perroflautas
Existen sobrados motivos para que muchos ciudadanos estén –sigan estando– indignados. Me parece vergonzoso (por no ser muy duro en la expresión) que haya en el país más políticos, asesores, concejales y demás grupitos gubernamentales, cobrando del presupuesto, que médicos, policías y bomberos.
Me parece de lo más indignante que un directivo de banca, todavía hoy, cobre en un año más que lo que puedan percibir todos los empleados de la firma. Me indigna que esas entidades, que son las que han contribuido a llevar al país a la rotura, sigan sisando a clientes y usuarios con comisiones desorbitadas y que no tengan un mínimo de humanidad a la hora de ejecutar una hipoteca sino que, además, tengan la osadía de seguir cobrando por una vivienda que ya figura en su poder. Y que, además, se les siga inyectando dinero público.
Cabrea, y muchísimo, que los políticos no hayan tenido la dignidad de decir: «Nos bajamos el sueldo debidamente» (tal como acaban de hacer en Francia François Hollande y su equipo, en un 30 por ciento); y sin embargo, suben el IVA y ciertos impuestos inexorablemente, sin hacer reformas en profundidad que, posiblemente, nos ahorrarían muchos millones de euros.
Por eso, y por muchas otras razones, vaya mi solidaridad con aquellos indignados que se manifiestan, haciendo uso de su derecho a ser escuchados, porque las cosas en el país no marchan como debieran. Eso es democracia, y por lo tanto, a nadie debiera parecerle mal que miles de personas salgan a las calles, pacíficamente, eso sí, a reclamar lo que consideran que les pertenece, entre otras razones por estar recogido en nuestra Constitución: derecho al trabajo, derecho a una vivienda digna y un largo etcétera amplio de señalar.
Gran mayoría de los llamados «indignados» es lo que hacen, por lo que cumplen una función social, ya que reclaman mejoras para el conjunto de la sociedad. Aunque es de justicia decir que entre tantos padres desempleados como hay y tantos jóvenes sin trabajo, se infiltren los «perroflautas» de siempre, esos armabroncas profesionales que lo único que consiguen es que el 15-M sea visto por algún sector de la sociedad como un movimiento de alborotadores y hasta de agresivos.
La sociedad concienciada debiera ser la primera en expulsar a estos individuos, algunos de ellos con antecedentes penales, que lo único que buscan es refugiarse entre la multitud para dar rienda suelta a sus instintos más básicos y, llegada la ocasión, destrozar lo que encuentren por delante sin ningún miramiento.
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