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Lo que pudo ser y no fue (al señor Cascos)

30 de Junio del 2012 - Martín Montes Peón (Oviedo)

Hace más o menos un año por estas fechas, le dirigí una carta a quien se adivinaba como inminente presidente de Asturias, Francisco Álvarez-Cascos, a través de este mismo medio. A modo de síntesis, le indicaba cómo muchos ciudadanos le otorgábamos nuestra confianza por encima de ideologías políticas al uso, le invitaba a que tuviera como referentes a Asturias y a los asturianos, le advertía de que iba a toparse con un número indeterminado de cagabandurrias prestos a ponerle zancadillas al por mayor, y que, ante todo, pusiera su experiencia y empeño personales en gobernar para todos los asturianos, incluidos los que no le habían votado.

Una vez más, y ya he perdido la cuenta de los intentos fallidos, se perdió una oportunidad magnífica de haber podido vertebrar una fuerza política al margen de los dos tradicionales grandes partidos, que tan pésimas gestiones han desarrollado en esta sufrida tierra, más pendientes de lo que les ordenen desde la calle Génova, sede del Partido Popular, o desde la de Ferraz, cuartel general del PSOE. Con usted como presidente de Asturias no fuimos pocos los que albergamos la esperanza de que por fin podríamos ser escuchados como realmente se merece nuestra amada Asturias, pero es evidente que todo parece indicar que pende sobre nosotros una maldición perpetua para que continuemos siempre en el mismo sitio y con la misma gente, sin más alternativa que la resignación.

Tratar de hallar culpables de la situación que dio origen a todo un año de insufribles intrigas y desgobierno en general, quizá resulte una tarea un tanto compleja, a juzgar por el número de «elementos» y de circunstancias que se dieron en este tiempo, pero qué duda cabe que de su gestión no se ha podido extraer prácticamente ningún capítulo que merezca ser reseñado. Me inclino a pensar que no desconociera usted el gran número de potenciales adversidades que le iba a tocar sortear, como también cabe suponer que no ignorara que no serían pocos los que se empeñaran en que su proyecto político naufragara desde el principio, pero es que tengo la íntima convicción de que usted también ha errado de manera importante en sus cálculos estratégicos. De entrada, creo que se equivocó seriamente a la hora de rodearse de colaboradores, tanto en el partido como en el Gobierno del Principado, porque una buena parte de ellos venían contaminados por luchas fratricidas de distinta índole dentro del Partido Popular, y otros aterrizaron en Asturias directamente desde Pozuelo de Alarcón (Madrid), con más bien poca idea de la especial idiosincrasia de Asturias y de sus gentes. Además, para redondear, dio cabida a demasiadas personas sedientas de cobrarse viejas deudas y resarcirse de alguna que otra frustración personal. No hace falta que le transmita ningún nombre, porque seguro que han de estar en su mente mucho antes que en la de cualquier ciudadano, incluido este que le escribe.

El resultado de ese explosivo cóctel ya hemos tenido ocasión de comprobarlo. Al margen de los posibles efectos colaterales de la maldita crisis, lo que es enteramente cierto es que con solo dieciséis diputados respaldando su Gobierno han carecido de sentido, cualquiera que fuera su propuesta. En tal situación, y antes de enfrentarse, muchas veces de manera gratuita, contra todo lo que se moviera, era preceptivo haber negociado hasta la extenuación un acuerdo parlamentario que le hubiera permitido intentar sacar adelante los muchos e importantes problemas que atenazan a Asturias. Si realmente hubiese amado esta tierra como dice hacerlo, no le habría importado pactar incluso con la segunda fuerza política más votada hace un año, pues aunque adversarios, que no enemigos políticos, me consta que hay honrosos socialistas asturianos con los que posiblemente sea mucho más sencillo dialogar que con sus antiguos correligionarios populares. Sin embargo, sin que los sospechásemos, al menos yo y muchos de sus electores, eligió el camino del enfrentamiento abierto con todo el arco parlamentario. Camino que le ha conducido demasiadas veces a gobernar como si lo hiciera en mayoría, y tomando muchas decisiones que, al margen de cuestionables, tampoco fueron suficientemente explicadas ni documentadas. Por si todo ello no fuera suficiente, se embarcó en una guerra sin cuartel contra este mismo periódico, de la que a día de hoy no se atisba un armisticio cercano. Al margen de las razones que puedan asistirle para cargar día sí y día también contra LA NUEVA ESPAÑA, y dando por sentado que desde el primer diario regional en tirada de ejemplares y lectores tal vez no haya recibido un trato precisamente cordial, no ha dejado de ser una batalla estéril que en nada ha beneficiado al conjunto de la ciudadanía, puesto que en honor a la verdad, ni usted es el artífice de todos los males ni LA NUEVA ESPAÑA los que mataron a Manolete. Claro está que tratar de apagar los fuegos con gasolina no es seguramente el procedimiento más adecuado, y entonces lo que tampoco es de recibo es haber permitido que en la página web de su partido se creara una sección especial para avivar permanente la llama de un odio visceral carente de la menor racionalidad. Por supuesto que no le achaco a usted personalmente la peregrina idea de montar el esperpento de «La Noria Extraña», pues cualquiera podemos imaginar muy aproximadamente quién o quiénes han sido sus ilustres creadores, pero desde luego que debía haber cortado de cuajo semejante iniciativa.

Sea como fuere, la triste realidad es que ha pasado un año de inanición, que el estado de cosas en general ha empeorado vertiginosamente y que tras fallar nuevamente en el cálculo, hoy existe un nuevo Gobierno, esta vez con un respaldo aparentemente sólido, y que usted y su formación política han sido invitados por el electorado asturiano a sentarse en los bancos de la oposición. En tales circunstancias, cabe suponer que, como mínimo, se tome un tiempo prudencial para analizar con calma los motivos reales por los que ha pasado de ser un motivo de esperanza para Asturias a perder una gran parte del crédito político concedido por sus compatriotas hace tan solo un año. Naturalmente que no soy la persona más indicada para decirle lo que tiene que hacer o dejar de hacer, pero si me lo permite me atrevo a indicarle unas cuantas cuestiones como materia de reflexión. En primer lugar, puede estar seguro de que, efectivamente, existe base suficiente para articular una opción política netamente asturiana al margen de los partidos tradicionales, aunque para consolidar esa opción es imprescindible soltar amarras de viejas deudas y antiguos deudos. En segundo término, tengo la absoluta convicción de que un elevadísimo porcentaje de ciudadanos estamos bastante más que hartos de enfrentamientos y diatribas políticas sin sentido, aspirando tan solo a trabajar con el único objetivo de poner a nuestra querida tierra al nivel que sin duda se merece, aunque para ello sea preciso perder derechos propios y negociar con quien sea menester. En tercer lugar, mantener una línea política lo más coherente posible, pues no se entiende que por un lado se amenace al Gobierno de España con llevarle a los Tribunales por incumplir el pacto de los Fondos Mineros y, por otra, ser la única fuerza política que vota con ese mismo Gobierno los Presupuestos que reflejan justamente la drástica reducción de esos fondos.

Lo último, y quizá lo más comprometido de todo, es apelar a lo más profundo de sus sentimientos. A ese lugar en el que sería deseable que anidara de verdad un arraigado vínculo afectivo hacia Asturias. A esa parte del corazón que hace estimular la inteligencia cuando alguien ama a alguien o a algo, aunque para conseguirlo tenga que empezar por corregir estrategias, rectificar programas políticos, e incluso prescindir de quienes anteponen sus cuitas personales al entusiasmo de trabajar por y para Asturias. De ahí en adelante, ya depende todo de la capacidad que haya tenido para encajar el inequívoco mensaje que le ha transmitido el paisanaje asturiano, aunque vistas determinadas actitudes todo hace indicar que todavía no le ha dado tiempo a meditar en profundidad la sucesión de acontecimientos, porque de haber sido así, seguramente que no se hubiese tenido el menor empacho en desearle suerte en su gestión al nuevo presidente, Javier Fernández, ya que con independencia de su color político, en este momento es el presidente de todos los asturianos, y desearle a él como persona el mayor de los aciertos significa lo mismo que deseárselo a nuestra querida Asturias. Lo único importante.

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