Estamos solos

10 de Junio del 2012 - Ana Belén Menéndez Arnaldo (Salas (Asturias))

La maquinaria reivindicativa de los sectores profesionales más castigados por este rayo que no cesa ni perdona se va poniendo en marcha cuando ya casi no hace falta. Suponiendo que se esté acicalando para asistir al funeral.

Cuesta mucho decidirse cuando la única conciencia que podría servimos de resorte, la dignidad que debiera ser consustancial al ciudadano, agoniza víctima del miedo y la desconfianza.

Miedo a perder lo que solamente tenemos de prestado, luego no tenemos.

Miedo de tener que asumir los daños colaterales de una guerra en la que, en el fondo, no creemos.

Y peor incluso que el miedo: desconfianza hacia las intenciones, la legitimidad o la eficacia de los pocos gestos decididos que se atreven a asomarse.

No todos hemos nacido para héroes. Pero tampoco es necesario. Quienes no tenemos ni el valor ni el gesto desprendido que este momento necesita podemos, a pesar de todo, estar a la altura de la dificultad. Nos basta para ello una acción sencilla y de escaso riesgo: no cuestionar las iniciativas de quienes están en nuestra misma guerra, aunque sea en distinto frente. Existe una gran dignidad en aquellos que luchan por defender lo suyo. Mucha más, como mínimo, que en aquellos que ni siquiera por defender lo suyo se atreven a luchar. Independientemente de que las maneras que asuma esta defensa nos puedan parecer demasiado tibias o demasiado contundentes, todas ellas no merecen otra cosa que respeto. Que es el único sentimiento que puede despertar cualquiera, individuo o colectivo, que intenta, al menos, hacer algo.

Lo contrario, quejarse y censurar desde la inacción, nos aísla y nos conduce, irremediablemente, a una soledad colectiva que sumará a la ruina material, que ya no tiene remedio, nuestra ruina moral.

Estamos solos, repito, y ese estar solos es, a mi entender, el colmo de la miseria.

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