A nuestros ángeles del Centro Médico
Esta es una carta que no entraba en mis planes escribirla porque pensaba que cuando se quiere tanto a un padre, se admira, se achucha y que tenía tanto amor a la vida, que agradecía cada amanecer que Dios le concedía y además estaba tan seguro que al día siguiente se encontraría mejor que pensábamos que Manolo Lloriana no moriría nunca. Tristemente así ha sido, ocurrió el pasado miércoles por la mañana en la tercera planta del Centro Médico de Asturias, en la habitación 306. La muerte es dura, trágica, para todo el mundo. He perdido a un padre, pero tengo amigas que son como hermanas, que han perdido a hijos, maridos, madres... Todos pasaremos por eso, vivir es un regalo y un regalo ha sido el trato exquisito que hemos recibido en ese hospital. Desde los celadores de urgencias, como Marcos, Rafa, las enfermeras que luchaban por encontrarle las vías, como Elena, y después a todas las enfermeras-ángeles de la tercera: Genma, Tere, Yolanda, Yenny... y tantas otras que veo su cara pero que no me acuerdo de su nombre, que aparcan sus vidas y se entregan a curar cuerpos y almas. Y a mi queridísima hermana de corazón, Marta, de mirada penetrante, que tanto cuidó de mi padre y de nosotras con un optimismo disimulado pero rota por dentro también. Vimos tanto amor en esa habitación, tanto desvelo, que nos acompañará el resto de nuestras vidas. Y a nuestro querido amigo doctor Fidel Asensio, elegante en formas y bueno por dentro, suerte contar en Asturias con este nivel de medicina al que le vi escapar unas lágrimas, porque ya no estaba de su mano hacer más, pero sí pudo regalarle una muerte dulce, serena y en paz.
Flor Álvarez, en nombre de la viuda y de los hijos de Manuel Álvarez González, «Manuel Lloriana», Avilés
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