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Democracia, derechos y libertades

9 de Junio del 2012 - María Juana Asunción García Pérez (Oviedo)

En su significado más estricto la democracia es un forma organizativa del Estado que se caracteriza por el ejercicio de la voluntad popular, en el que las decisiones colectivas son adoptadas por los representantes legales elegidos por el pueblo, mediante determinados mecanismos de participación, a quienes se les confieren las facultades necesarias para ejercer esta función. Basada en el pensamiento de Aristóteles en la antigua Grecia, y concebida, en su versión más simple, como gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, con el propósito de oponerse a organizaciones o estados que pretenden conservar y/o gestionar el poder político mediante principios autoritarios tales como el absolutismo, la autocracia, el despotismo, la dictadura o el totalitarismo, entre otros, manifiestamente contrarios con los derechos y libertades inherentes a la condición humana, encuentra precisamente en las debilidades de nuestra especie, fiel al aforismo popularizado por Thomas Hobbes Homo homini lupus, su principal handicap. El egoísmo, que está en la base de gran parte del comportamiento de los humanos, es una de los principales factores que contribuye a alterar, e incluso a destruir, la convivencia y los principales valores que la teoría política de la democracia representa: libertad, igualdad, garantías individuales, pluralismo, tolerancia, participación y opinión.

El pleno ejercicio de la democracia puede llevar a los pueblos al progreso y a la armonía social, pero se falsifica y prostituye cuando se usa como bandera y no se practica, salvo para justificar los intereses personales, o de grupo, con total desprecio al resto del colectivo. Un ejemplo de lo anterior lo tenemos en las sucesivas huelgas de trabajadores que, por diversos motivos y circunstancias, se han venido organizando en nuestro país, España, y que, en estos momentos, están siendo especialmente duras en los sectores de la minería y el transporte en Asturias. Sin entrar en los motivos de las mismas, en los fondos, que pueden ser justificables, lo que es absolutamente rechazable son las formas. ¿Cómo podemos justificar que tratando de defender o reivindicar los derechos de unos, se conculquen, flagrantemente, los derechos de otros que, además, están exentos de culpa? ¿Cómo se puede aceptar que se intimide, e incluso se agreda, a quienes en uso de su libertad quieran ejercer su legítimo derecho al trabajo, o se impida la movilidad de quienes, por uno u otro motivo, necesiten desplazarse, bloqueando carreteras o vías ferroviarias? ¿Cómo se puede tolerar que piquetes de huelguistas, eufemísticamente llamados informativos, ejerzan impunemente la violencia, deteriorando vehículos, inmuebles, mobiliario urbano o todo lo que se encuentre a su paso, al tiempo que critican enérgicamente la actuación de las fuerzas y cuerpos de seguridad que tratan de impedir sus desmanes? ¿En nombre de qué derecho? ¿En ejercicio de qué libertad? No creo que sea necesario recordar que la frontera de nuestros propios derechos y libertades se encuentra donde empiezan los derechos y libertades de los demás.

En mi caso particular, que ni tengo ni tuve ninguna ambición política, ni estoy ni estuve relacionada con ningún partido ni formación, interesándome por el tema lo justo por lo que como ciudadana me afecta, habiendo nacido, crecido, estudiado, formado una familia y vivido durante bastantes años en el anterior régimen franquista, en ningún momento he sentido la inseguridad ciudadana que en estos momentos se vive, ni la incertidumbre económica y angustia personal que tantas personas sufren ante la carencia y perspectivas futuras del empleo. Tampoco aprecio que los pilares fundamentales del Estado, como son la educación, la sanidad y la justicia, amén de los mejores recursos técnicos disponibles, que obviamente son producto de la normal evolución tecnológica y no a la labor específica de sus gestores, hayan mejorado. Otro tanto se puede decir de la familia, como cimiento de la sociedad, en la que la pérdida de los valores fundamentales que la caracterizan es manifiestamente preocupante y su futuro incierto.

No es que tenga una personalidad negativa ni un pesimismo crónico, simplemente que lo que actualmente veo no me gusta y lo que intuyo puede venir menos aún. Si no se produce un cambio radical, y que este venga más temprano que tarde, muchas de las que vivimos lo que algunos llaman dictadura represiva, es posible que hasta acabemos echándola de menos.

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