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Lo verdaderamente inquietante

23 de Junio del 2012 - Ana Belén Menéndez Arnaldo (Tineo)

El domingo, 10 de junio, LA NUEVA ESPAÑA denuncia en su editorial la inquietante imagen de una Asturias secuestrada por la conflictividad laboral.

Afirmaciones como «la semana en la que el Principado volvió a las barricadas concluye con España pidiendo auxilio para su banca», «en una nación con respiración asistida la imagen de una Asturias radicalizada resulta inquietante» o «los conflictos, con su estética guerrillera, trasladan al mundo (...) una imagen tan inquietante como irreal de Asturias», sugieren la existencia de algún tipo de relación de causalidad entre el carácter combativo de algunas reivindicaciones y el empobrecimiento de la imagen que nuestro país proyecta en el exterior, con todas las consecuencias que de este hecho puedan derivarse. La tesis de esta argumentación sería, supongo, que este tipo de actuaciones son, en este momento, lo que menos necesita un país agonizante.

Sorprendentemente a estas reflexiones acompañan otras, difícilmente conciliables, en principio, del tipo «también, claro, hace falta justicia y honradez» o «¿quién puede discutir el derecho de unos obreros a un empleo digno y justamente remunerado?», que son, supongo de nuevo, un reconocimiento tácito de lo obvio: motivos para el descontento, por haber, hay...

Es decir, se reconoce que las protestas y reclamaciones son justificadas, aunque se discute su oportunidad, alabándose la actitud responsable, tranquila y paciente de quienes no se han sumado a este repentino estallido social.

Finalmente, se nos emplaza en colectivo a discutir cuáles son los mecanismos que pueden llevarnos a «conseguir metas deseadas por la mayoría, ahorrándonos algunos de los métodos elegidos para alcanzarlas».

Si fuera posible resolver los problemas en el plano teórico, o mejor aún, si solamente aspiramos a una solución teórica para los problemas, la construcción argumental de su conciliadora propuesta sería impecable. Pero únicamente en ese supuesto. Tal como son, y tal como están las cosas, su propuesta es de buena calidad narrativa, pero de escasa proyección práctica.

1. En mi opinión, la imagen de conflictividad laboral que ha visto el resto del mundo (y que parece tanto les preocupa) no es inquietante, sino cruda. Yo defiendo que lo verdaderamente inquietante sería la inacción de las víctimas ante la inminencia del desastre. Y, por cierto, esa imagen «de estética guerrillera» que ustedes califican de «irreal», lo será desde donde LA NUEVA ESPAÑA la contempla. Desde las ventanas de muchos hogares asturianos, resulta del todo veraz.

2. Su desarrollo argumental es un tanto tibio a la hora de repartir culpas: claramente, el camino que mayores perjuicios ha traído a los más débiles no lo han marcado ellos mismos. Y, por tanto, ¿cómo pedir que sean ahora ejemplo de mesura y contención en sus reclamaciones? Y, sobre todo, ¿cómo cuestionar la elección del momento? ¿Es que, como premio a la prudente espera, alguien va a venir a rescatarlos cuando su tragedia se haya consumado?

3. En la idílica interlocución que su editorial plantea, ¿quiénes representarán y defenderán las reclamaciones de los trabajadores, descartada, por irresponsable y pendenciera, la acción sindical?

4. ¿Esas metas deseadas por la mayoría excluyen tácitamente las metas deseadas por quienes estén en minoría? ¿Se trata, una vez más, de que la desatención de lo minoritario debe ser interpretada como un simple daño colateral?

5. Los métodos empleados en algunas reivindicaciones, que causan tanta incomodidad y que pecan de poco estéticos, son, me temo, los únicos capaces de hacer visibles las peticiones de los trabajadores y, sobre todo, de provocar algún tipo de reacción en quienes deben atender esas peticiones. Quienes se sirven de esos métodos estarían encantados de encontrar otras fórmulas. Eso sería maravilloso. Pero no debe ser tan fácil buscar alternativas eficaces. En lo que esperamos a que alguien haga propuestas concretas, seguiré interpretando la lucha de los trabajadores desde el atenuante que conocemos como «legítima defensa».

Ana Belén Menéndez Arnaldo

(Tineo)

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