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Las vocaciones nativas en las iglesias: una necesidad

25 de Abril del 2009 - José Antonio Álvarez Álvarez

Durante el siglo XIX y, principalmente, en los inicios del XX, el avance y el éxito de la acción misionera harán ver en la experiencia concreta qué significa de hecho una Iglesia que nace, se desarrolla y consolida.

No era sostenible pensar en trasplantar sin más el modelo occidental y latino. Provocaría una situación de dependencia insostenible por mucho tiempo. Se requería un clero nativo y una real inculturación en el contexto. Los protestantes ya habían iniciado ese camino. De forma más pausada el mundo católico irá dando pasos para convertir las misiones en iglesias locales con sus vocaciones nativas.

Algunos fundadores de instituciones misioneras, ya en el siglo XIX, ponen de relieve el protagonismo de los nativos y la encarnación en la propia cultura: «África por medio de los africanos» le gustaba decir a Comboni. Libermann recomendaba a sus misioneros: «Despojaos de Europa, de sus costumbres, de su espíritu, haceos negros con los negros».

Así se va considerando imprescindible la creación del clero nativo para poder edificar de modo estable la Iglesia, en caso contrario su debilidad y fragilidad serían peligrosas para su supervivencia.

Las encíclicas misionales insistirán en la importancia de constituir comunidades autóctonas con sus propios pastores, autónomas en su gobierno, economía y acción. Se recomienda a los obispos, vicarios y preceptos apostólicos que cuiden y formen al clero indígena. La formación del clero nativo se convierte ahora en una preocupación más expresa por fundar seminarios donde se preparen los futuros sacerdotes. Urge a que la Iglesia se establezca sólidamente en otros pueblos y se constituya en ellos una jerarquía propia, formada con elementos indígenas.

Es necesario fundar comunidades cristianas, hacer crecer las iglesias hasta el punto de que ésta no puede considerarse mientras no consiga edificar una nueva Iglesia particular, que funcione normalmente en el ámbito local. Es preciso cultivar, consolidar y formar las vocaciones suscitadas por Dios. Y esta labor corresponde sobre todo a los seminarios menores y mayores. Estas instituciones tienen necesidad de la cooperación generosa de todos los fieles para poder dar a los candidatos al sacerdocio la formación equilibrada que necesitan. El crecimiento del clero autóctono podría detenerse a causa de la insuficiencia de los recursos disponibles. Más de una diócesis hoy día correría el peligro de ver reducida su esperanza de contar con un clero autóctono si no gozara de ayuda aportada por la obra de San Pedro Apóstol.

Han sido llamados. Estas vocaciones no son otra cosa que la llamada que el Dios del amor sigue dirigiendo a su pueblo: sigue llamando a personas de rostro conocido por su propio nombre. A cada uno nos llama para una misión concreta. El Espíritu llama desde la generosidad y la disponibilidad a hombres y mujeres para que sigan comunicando el Evangelio del Reino desde todas las facetas y dimensiones. Así, cada Iglesia local irá creciendo en las raíces y en la savia de todo el mundo, un mundo sobre el que se va actualizando cada día el acontecimiento del Pentecostés, un mundo para el que queremos la justicia, la paz, la solidaridad, procurando siempre la reconciliación de todos.

Para que todo esto sea posible es necesario conocer y apoyar con realismo, gratitud y esperanza el crecimiento de las vocaciones nativas entre las iglesias jóvenes. Aún existen muchos problemas para que aquellos que sientan la llamada de Dios a un modo concreto de existencia cristiana: discernimiento, acogida diocesana, formación adecuada, sustento económico.

En estas iglesias jóvenes están surgiendo muchas vocaciones nativas, que se concretan en opciones de vida y en carismas y ministerios al servicio de las iglesias. Desde las viejas iglesias hemos de dinamizar procesos personales y comunitarios de esperanza, hemos de abrir una mirada universal a la Iglesia como «comunión de iglesias» y romper con nuestro pesimismo.

¡Ayudémosles! Necesario, dejarse interpelar por esta nueva llamada que el Espíritu nos dirige y ver en qué medida podemos y debemos ayudar.

La Obra Pontificia de San Pedro Apóstol es el organismo oficial de cooperación misionera universal. Su finalidad es promover ese espíritu misionero en el pueblo de Dios, suscitando y haciendo más profunda su conciencia misionera, informando sobre la vida y las necesidades de la misión universal.

Es necesario contribuir con aportaciones económicas al sostenimiento del clero nativo, ayudar igualmente a los centros de formación de religiosos/as, atender a la formación misionera de los jóvenes.

¿Qué necesidades trata de remediar en los territorios de misión? Sostenimiento de vocaciones: se han concedido ayudas a 430 seminarios mayores, 30.371 seminaristas mayores, 49.768 seminaristas menores. Congregaciones religiosas: 5.569 novicias, 3.117 novicios.

Consolidación de la Iglesia en territorios de misión: en el año 2008 se crearon 13 nuevas diócesis; 15.000 nuevos sacerdotes diocesanos en los últimos 15 años.

Necesidades de las personas, católicas o no, en los territorios de misión: 99.045 instituciones educativas dependientes de la Iglesia; 26.711 instituciones sociales.

¿Cuántos fondos ha aportado la obra de San Pedro Apóstol en el 2008? El mundo, 24.794.070 dólares; España, 3.062.487 euros. Repartidos así: América, 135.554,25 euros; África, 1.489.192,70 euros; Asia, 845.061,95; Europa, 592.046,09; Oceanía, 632,11 euros. Total: 3.062.487,10 euros.

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