In memóriam de don Luis Álvarez
Hace algo más de una semana, cuando recibí en el móvil una llamada de un amigo que me decía: «Don Luis ha muerto». ¡Qué golpe tan duro! Hace más de cuarenta años tuve el honor, la satisfacción y la suerte de conocer a Luis. Con él no hizo falta que pasara mucho tiempo para ir fraguando una sólida amistad, porque su sencillez, su voluntad para darte consejos, para ayudarte y para guiarte por la vida te cautivaban y te hacían estar en permanente deuda moral con él. He querido que pasaran unos días antes de escribir esta carta, para tenerlo asimilado y poder recapitular un poco los infinitos recuerdos que tengo de este hombre, que se nos fue.
No puedo olvidar cómo el día de mi boda, mientras celebrábamos el banquete, le comenté que tenía un problema. Era sábado y el miércoles próximo tenía que presentar en Madrid el proyecto fin de carrera, que ya tenía terminado, pero no encontraba ninguna imprenta que me lo encuadernase para el martes. Inmediatamente me dijo: «El lunes, si estás a las diez en Luarca, tendrás listo para el martes a mediodía los tres ejemplares». Y así fue.
Me entusiasmaba escuchar las aventuras en las obras comunitarias de su primera parroquia para la construcción de pistas forestales, traídas de aguas e, incluso, puentes. Allí había que conseguir el dinero, convencer a los vecinos para que dieran los permisos pertinentes para cruzar sus fincas, planificar, diseñar y ejecutar el proyecto. No había ingenieros, ni topógrafos, ni delineantes, ni abogados. Esas labores las desarrollaba todas don Luis y hacía que las obras quedaran perfectas –aún siguen funcionando, después de más de 40 años–. Todos los parroquianos quedaban contentos y conseguía evitar disputas entre ellos.
Don Luis era un gran apasionado de los viajes, cercanos y lejanos, y tuve el placer de compartir varios con él. Ese afán viajero le aportó ese enfoque tan tolerante ante la vida. Manejaba la encuadernación, las multicopistas, las primeras máquinas de escribir eléctricas, los primeros y arcaicos ordenadores de tratamiento de textos, la paleta de albañil, los útiles de carpintero y todo lo que se le pusiese por delante, con una maestría y un «saber hacer» como los mejores profesionales en la materia.
En sus manos recayó la organización del viaje del Papa a Asturias, que fue un trabajo corto pero muy intenso, de mucho estrés y de gran responsabilidad. Tuvo la genial idea de la «montera picona» para darle un tinte asturiano al acontecimiento.
Se inició con la informática y sin recibir clase alguna (un autodidacta al más puro estilo), supo hacer programas para todo. Cómo disfrutaba con los ordenadores y cuántas horas le dedicaba diariamente.
Desde hace unos 30 años venía a Bueño a concelebrar la misa de San Juan de Mata, patrono del pueblo, que siempre coincide con la jornada mundial contra el hambre. Don Luis siempre decía en el sermón de la misa que lamentaba la coincidencia, porque sabía que todos los presentes, incluido él, íbamos a comer una buena fabada y arroz con leche.
Se nos fue un magnifico sacerdote, un excelente catequista, una gran persona y un amigo excepcional. Nos quedamos muy tristes, con el único consuelo de que, como decía el Arzobispo en su funeral, emulando palabras del propio Luis, para él fue el día más feliz, porque ya descansa en paz. ¡Que así sea, amigo Luis!
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