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Las virtudes de mi abuelo, don Ramón Colao

20 de Junio del 2012 - Cristina Abeleira Colao (Madrid)

Tienen los cielos de Asturias ese tinte de tristeza que pinta cada una de sus nubes, inusual y ciertamente angustioso, pero sobrecogedor, en todo caso. La abrumadora cordillera Cantábrica y el verde (tan intenso que casi parece artificial) de sus prados consiguen que hasta el más arraigado ciudadano de la urbe madrileña conecte con la Naturaleza de manera irremediable. En los muchos viajes que acompañé a mi abuelo a Oviedo, hacíamos lo que era para nosotros un ritual: ambos debíamos recordar el nombre y los metros exactos de los siete túneles que separan León de Asturias. La memoria privilegiada de Ramón Colao no conseguía vencerme, porque aunque fuese más ágil que la mía, el orgullo de nieta me impedía olvidar todas esas cifras. Para desempatar este sistemático concurso, ganaba quien conseguía recordar un túnel cercano o Oviedo, el del Padrún (si mi memoria no falla, ahora ligeramente oxidada por la falta de competición, 1.782 metros).

El abuelo consiguió trasladarnos ese amor por Asturias a todos sus hijos y nietos. Cada verano era nuestra cita obligada, nuestra emigración al Norte, donde los olores a hierba mojada y a mar se mezclan con el de la sidra y los bollos preñaos. Las rutas en bici, las clases de surf de los chicos en Salinas, los descensos en piragua, las visitas a la Mafalla, o el mercao de Grao, las verbenas en Riberas... La casa del abuelo se llenaba entonces de amigos, a muchos de los cuales consideramos ya casi de la familia.

La unión indisoluble con tierras asturianas no salía a relucir simplemente en época estival, sino que está latente en la vida diaria de la familia Colao: y es que en nuestra casa nunca se comió puré, sino puretín, y la abuela para nosotros siempre fue Teresina. Los Reyes Magos traían cada año varios cuadros de Linares, porque si un pintor es tan destacado, y además es asturiano, todavía mejor. Seguíamos en televisión los premios «Príncipe de Asturias», porque era un honor que el abuelo fuese jurado de dichos premios. Los mantecados, la fabada (y si había suerte algún bombón del Peñalba o unas riquísimas moscovitas del Rialto) eran platos presentes siempre en nuestras comidas dominicales. Las fiestas familiares terminaban entonando en muchos casos el «Asturias, patria querida» o con las anécdotas de tío Monchín sobre Soto del Barco. Y una de las primeras frases que recuerdo haber aprendido en casa sobre historia es que «Asturias es España, y lo demás es tierra conquistada».

La muerte del abuelo nos vino de sorpresa, y esa nostalgia que ahora inunda nuestro día a día también se entrelaza con nuestros recuerdos sobre Asturias y todo lo que para él significaba. Pero en esos momentos de dolor fue gratificante ver cómo todos sus paisanos, sus compañeros de trabajo, sus amigos de la infancia, personas de instituciones ilustres e incluso los medios de comunicación compartieron con nosotros tan amarga experiencia y resaltaron las innumerables virtudes del abuelo.

Ahora, casi dos meses después, el Centro Asturiano de Madrid ha ofrecido a la nieta más pequeña ser la Xanina de las fiestas de este año. Y hemos considerado que era el momento idóneo para reiterar nuestro absoluto agradecimiento a todos los que nos han ofrecido su cariño y sus condolencias. Y nos gustaría reflejar nuestro compromiso de seguir vinculados a esta tierra que tan buenos momentos y tantos recuerdos nos ha ido dejando durante años, y que formaba parte de la propia esencia de nuestro abuelo.

Cristina Abeleira Colao, nieta de Ramón Colao, presidente de honor de Duro Felguera, Madrid

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