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La naturaleza, incalculablemente estafada

26 de Junio del 2012 - Teresa Antequera Cerveron (Alfafar (Valencia))

San Jerónimo tenía a su disposición todas las escrituras sobre Jesús, así que por encargo del Papa Dámaso recopiló la llamada Vulgata, la primera Biblia, los cuatro evangelios. El sabía muy bien que Jesús no había comido carne y que enseñó el amor también a los animales y a no matarlos. En una carta a Juveniano, Jerónimo hizo una acotación muy especial sobre este tema: «El placer por la carne era desconocido hasta el diluvio; pero desde el diluvio se nos han embutido las fibras y los jugos pestilentes de la carne animal. Jesucristo, que apareció cuando se cumplió el tiempo, volvió a unir el final con el principio, de manera que ya no nos está permitido comer carne». (Adversus Jovinianum)

De este texto se desprende que Jesús sin duda recomendó no comer carne, lo que algunos evangelios que están fuera de la Biblia lo testimonian. A pesar de ello Jerónimo suprimió este importante aspecto de la enseñanza de Jesús al recopilar la Vulgata, incluyendo al mismo tiempo antecedentes ya falsificados.

Cada día millones de animales tienen que pagar con su vida esta falsificación de la enseñanza de Jesús. Miles de millones de animales han sido desde entonces maltratados, enfermados y asesinados. Especialmente los pueblos cristianos se han transformado en devoradores de carne. Las consecuencias de esta estafa para la naturaleza, los animales y también para los seres humanos son incalculables.

El que Jesús y los apóstoles eran vegetarianos lo confirman muchos escritos apócrifos. La literatura correspondiente es ofrecida por Editorial La Palabra, por ejemplo: «El amor de Jesús por los animales que nos fue ocultado» o «La Biblia fue falsificada. Interesantes publicaciones que nos desvelan por ejemplo que Santiago, el hermano de Jesús, el primer dirigente de la comunidad originaria de Jerusalén, era vegetariano. Esto está comprobado históricamente. Y así también hay párrafos del intercambio de cartas de los primeros cristianos que dan testimonio de que ellos tampoco comían carne. Se puede asegurar que la mayor parte de los miembros de las comunidades originarias no disfrutaban de la carne.

Pero también los padres de la Iglesia dan testimonio de que en el cristianismo originario no se consumía carne. Por ejemplo, Juan Crisóstomo: «Entre ellos no corren ríos de sangre, no descuartizan ni despedazan carne. Donde ellos no se hallan los terribles olores de comidas de carne, no se escuchan alaridos ni ruidos desoladores. Sólo prueban el pan, fruto de su trabajo, y agua pura. Si desean una comida más abundante, sus exquisiteces son frutas, así se sienten tan satisfechos como ante una mesa de reyes».

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