Con sendos poetas sonoros...
En dos días seguidos, 14 y 15 de junio, se han deleitado mis oídos escuchando a dos sonorosas voces ecoicas, recitadoras con un garbo inconfundible de versos líricos, sentimentales y profundos, de parecido estilo, aunque no iguales. Los dos son embelesantes soñadores que viven a plenitud la ejemplar voz que se le debe dar a un verso, de toda su poemática escritura, que, al fin y al cabo, no es más que una canción, que depende de quien la cante; no es lo mismo escuchar a Gardel que a tantos imitadores, valga el ejemplo. La poesía del género que sea recitarla no es tan fácil... Por ello muchas veces nos aburrimos cuando su autor no la «siente» al leerla o declamarla, como suele suceder casi siempre cuando asistimos a la presentación de muchos poemarios, pero, no obstante, aquí no se da tal caso, pues el bien conocido diapante y diatesarón del ilustre hijo de Luarca Román Suárez Blanco, como del aedo lavianés Silvino Losa y Martínez, por su arrobante diapasón, siempre han tenido en sus presentaciones, volcados en sus magníficos elaborados libros, tras la lectura, calurosos y dilatados aplausos...
Así el primero, que en la librería Cervantes con el entusiasmo de siempre, nos diera a conocer su última obra poética «El Lendel»... «El humilde lendel no es más que la huella que deja el burro en su continuo, paciente, tenaz girar alrededor de la noria... no es quizá nada más que una huella del esfuerzo... sin salirse de su perfección, sin irse del paisaje... Aun los peores poetas no somos capaces de estarnos en silencio...». Que me hace recordar su verano del libro «Boco-Digresiones»: «Un papel: ¿De dónde vengo, / para qué?», 25 de junio 2007; cuya memoria nos lleva a ilusionar cerrando las 260 páginas del torrencial, inspirado caudal, como si estuviera el poeta ante su luarqués mar, para consolarnos: «La vejez es un privilegio que nos concede el buen Dios. / La vejez es tiempo para soñar. / La vejez es un umbral / de lo desconocido...».
Ay, amigo Román, tu borrico me ha hecho también evocar el otro parecido que Celestino Sánchez, padre de la Paca Sánchez del Pozo, junto con su hijo Dionisio, le llevaron al enamorado Rubén para visitar Navalsauz y la humilde casa de su musa inmortal, como él, y pasar un 3 de octubre la fiesta de la Virgen del Rosario patronal, pero que antes, tras casi dos días de viaje partiendo de Ávila, la pluma del nicaragüense escribiera a la posteridad: «Hoy he visto, bajo el más puro azul del cielo, pasar algo de la dicha que Dios ha encerrado en el misterio de la naturaleza». Imaginamos al poeta feliz en el lomo del pollino, haciendo entrada triunfal en la cuna de su amada, como si estuviera entrando en Madrid o París, y por qué no en la Vetusta de Clarín...
Y, al siguiente día, en el Club Prensa Asturiana, con el otro mágico soñador, con Silvino (hijo de la selva, tal su nombre latino), con «silencios y soledades, dedicados «A la mujer que vive en estos versos»: «Verso a verso, / pétalo a pétalo, / deshojo la flor / de mi corazón... / Y los echo a volar». Concluyendo con su dinámica voz la lectura de las 55 páginas, a los dioses del Olimpo clamando: «Y, ya que a mi pesar / me he de morir, / pido, a los dioses del Olimpo, / que sea al amanecer / de un radiante día, / que a mi lado esté / la de los prietos pechos, / mi oceánica sirena, / mi mirífica ninfa, / la de la mirada tabaqueña, / la de los ojos de cielo, / la que viene alada / de su morada parnasiana, / la que hechiza, / la que me da la vida, / la que me la quita».
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